17: Teléfono

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Dedicado a gaburieraling, que estuvo hace ya un año apoyando a diario Un beso por medialunas, y todavía sigue aquí ❤ ¡Que lo disfrutes, Gabs!

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¿En qué demonios estaba pensando al confesar aquello?

En nada, Belén. A veces ni siquiera piensas.

Mi vida privada era solo mía, no tenía razones para divulgarlo, mucho con menos con Andrés. Especialmente con Andrés. Ambos habíamos pasado cinco años aplicándonos una extraña ley del hielo; él se había conseguido a su novia, y yo ahora tenía a Franco. No era como si nos debiéramos algo, sino todo lo contrario.

Aun así me sentía fatal, terrible, culpable, desleal. No al haberlo hecho, sino al habérselo comentado a él. Lo peor: no tenía razones para sentirme así.

Mi sangre empezó a correr tan rápido y tan caliente por todo mi cuerpo, que sentí comezón hasta en sitios inimaginables. Mordí mi labio inferior con tanta fuerza, que estuve a punto de romperlo. Mis manos frías hicieron contacto con mis mejillas cálidas para intentar refrescarme, pero pareció imposible.

Andrés todavía no respondía.

Sin saber cómo solucionar el problema, opté por salir de la situación de la peor manera: colgué la llamada y lancé el teléfono a la cama como si fuera un objeto del diablo.

Quizá no era muy maduro de mi parte, pero mi cuerpo no supo reaccionar de otra forma.

Para mi desgracia, mi celular comenzó a vibrar de nuevo.

Piensa, Belén. Podía decirle que tuve un problema con mi señal y por eso se cayó la llamada. Sí, esa era la excusa perfecta, a final de cuentas no era algo alejado de la realidad. Yo había perdido decenas de llamadas por esa razón.

Mi plan se fue a la basura cuando de reojo capté la figura de Andrés a través de su ventana, con su celular en la mano —todavía llamándome—, y la cabeza ladeada sin comprender porqué demonios le había colgado en un primer lugar. Suspiré, asumiendo mi derrota.

—¿Por qué cortaste? —le escuché decir en el mismo instante que destranqué.

—No sé. Pensé que te había incomodado lo último que dije. —Si mis planes no funcionaban, mi mejor opción era la honestidad.

Ya con mis lentes puestos, pude detallar su expresión confundida detrás del cristal de su ventana. Espero unos segundos antes de enarcar una ceja casi con apatía, dándose cuenta de la situación.

—¿Crees que me incomoda saber que eres sexualmente activa?

¿«Sexualmente activa»? ¿Por qué hablaba como mi papá? Además, lo pronunció en un tono tan indiferente que me dejó bastante claro que la incomodidad del momento estuvo siempre en mi cabeza. Esto último eran buenas noticias, no quería una tensión nueva entre Andrés y yo, creo que ya teníamos suficiente.

—No. Bueno, sí. Pensé que te incomodó —confesé, mordiendo con suavidad mi dedo pulgar—. Pero solo porque... Ya sabes.

—¿Porque nos hemos besado antes?

—Sí.

—Belén, han pasado años.

—Lo sé, lo sé. Además, no es como si hubiera sido muy importante.

Contrario a mis palabras, besar a Andrés fue todo un acontecimiento para mí, uno que marcó un antes y un después en algunos aspectos de mi vida.

Previo a que sus labios rozaran los míos, él solo era mi mejor amigo, mi confidente, la persona con la que me sentía libre de ser cualquier cosa que quisiera ser, y decir lo primero que se cruzara por mi cabeza. Una parte de mí siempre supo que algo en nuestra amistad no era ordinario. Una pizca de mí anhelaba todas las noches que se hiciera de día rápido para que pudiéramos vernos y divertirnos en el colegio. Era como si mi tiempo solo valiera cuando mi mejor amigo estaba a mi lado.

Además de amigos con un vínculo muy estrecho, ambos éramos muy curiosos, por lo que con solo doce años, conocí sus labios. Éramos chicos, no sabíamos exactamente porqué nos besamos, ni entendíamos las implicaciones de aquello.

Un solo beso bastó para que nuestra amistad se fuera al caño. Y no fue debido a la atracción que nos motivó a besarnos, sino a las deplorables cosas que nos dijimos después.

Un solo beso bastó para hacernos ver que «ser nosotros mismos» jamás sería suficiente. Así que ambos comenzamos a ser personas diferentes.

—En fin... —Andrés se aclaró la garganta— Me quedé en silencio hace unos minutos porque mi búsqueda obtuvo resultados. Tengo ocho posibles números de teléfono de tu abuelo, ya solo queda de tu parte llamar para corroborar.

Aquello rompió el hilo de mis pensamientos y la noticia cayó sobre mí como un rayo sobre un objeto, electrificándolo todo. En mi caso, me llenó de energía casi incontenible.

—¡¿Es en serio?! —exclamé en modo automático, sin reconocer si me emocionaba o aterraba ante la idea de que estaba a un solo paso de conocer la verdad sobre mamá. Sobre mí.

—No soy tan morboso como para bromear con esto. Así que sí, es en serio.

Sin saber porqué, me reí con nervios y empecé a caminar por la habitación para drenar la ansiedad. A él le causó gracia mi reacción, y procedió a dictarme los números de teléfono que había conseguido. Los anoté en uno de mis cuadernos del colegio, con las manos temblorosas.

—Gracias —dije, conectando su mirada achocolatada con la mía. Tuve que llevarme la mano al pecho para poder sentir mi corazón latir con fuerza ante la emoción, esto era lo que había querido por tanto tiempo—. Gracias, gracias, gracias.

Andrés soltó una risa tan corta como incómoda, para después pasear los dedos por su cabello castaño, luciendo nervioso por primera vez en toda la noche.

—No hice nada. —Se encogió de hombros y un pequeño mohín se formó en sus labios, como si intentara restarle importancia.

No se trataba solo de haberme ayudado. Se interesó por mi problema. Me escuchó, me entendió, y me ayudó a canalizar mis preocupaciones hacia algo más útil.

—Lo hiciste todo —murmuré con una sonrisa, la cual me correspondió.

—Me alegra haberte ayudado, entonces. Debo dejarte ahora porque quedé en ver una película con mi nonna. Que descanses.

Antes de colgar la llamada y cerrar sus persianas, se despidió con la mano y yo hice lo propio, todavía revuelta entre tantas emociones generadas por aquella conversación telefónica. Sin embargo, lo más importante ahora eran los números que estaban anotados en mi libreta.

Sonreí y la guardé en mi mochila del colegio. Era muy tarde para intentar llamar y aún tenía que planificar qué diría y cómo. De todas maneras, gracias a la tía Cata y a Andrés, estaba a un paso muy pequeño de dar con esa parte de mi familia que habían ocultado de mí.

Sin importar lo que resultara después, en ese momento lo único que sentía era felicidad. 

Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora