63: Semejanzas y diferencias

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Dedicado a milagros585

El mes de noviembre comenzaba negro y frío

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El mes de noviembre comenzaba negro y frío.

A pesar de estar cerca del verano, el manto encima de nosotros se alternaba entre tonos grisáceos y lúgubres, como si el universo estuviera al tanto de lo que estaba por suceder aquella tarde.

Papá estacionó el coche cerca del penal y sentía como si mi pecho estuviera a punto de estallar. Habíamos pasado poco más de cuatro horas en el coche hasta llegar a Mar del Plata, mi padre biológico estaba recluido en la unidad de máxima seguridad del penal de Batán.

Durante días había planificado distintas cosas que podría decirle. Tenía varias opciones: preguntarle porqué le había hecho tanto daño a mamá; dejarle claro que nuestras vidas estaban mejor sin él; o simplemente quedarme callada y observarlo con el mero objetivo de saciar mi curiosidad.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Aslan.

Detallé el penal en la lejanía. Las paredes amarillentas y sucias, las torres que parecían vacías —aunque suponía que no lo estaban—, las vallas, los alambres de púas, el cielo plomizo dándole un aspecto todavía más tétrico. Mis manos temblaban y sudaban, no podía sentir mis piernas. Durante dos semanas me había encargado de buscar videos y documentales sobre cárceles en el país y solo encontré miseria, un montón de edificios en estado deplorable, y personas que a pesar de ser culpables, parecían olvidadas tanto por su gobierno como por el mismísimo Dios.

Me pregunté si la gente de verdad merecía vivir en ambientes tan infrahumanos. Me pregunté si aquel tipo de condiciones de verdad hacía que las personas se rehabilitaran. Me pregunté si mi papá biológico había encontrado un poco de luz en prisión o si solo se habría hundido en la oscuridad.

—Eres valiente por el simple hecho de llegar hasta aquí, cariño. —Mamá se volteó en el asiento de copiloto y estiró su brazo para apretar mi mano.

Tú eres valiente por acompañarme, quise decirle.

Por supuesto que mamá no nos iba a permitir a Aslan y a mí venir a la cárcel por nuestra cuenta. Así que el trato era que ella permanecería en el coche mientras papá y yo entrábamos a la visita. Augusto se había quedado con la tía Teresa desde el día anterior para evitarle preguntas que no necesitaba plantearse a su corta edad.

—¿Belu? —La voz de Andrés hizo que volviera a la realidad. Él también nos había acompañado, aunque permanecía más callado de lo usual.

Tragué con fuerza antes de pronunciar palabra por primera vez en más de cuatro horas.

—Creo que no puedo. —Sentí mis ojos escocer y mis pulmones vibrar ante las atosigantes ganas de llorar—. No puedo. Lo siento tanto, no quería hacerles perder el tiempo.

Lo más probable era que el Jorge que había estado con mamá casi dieciocho años atrás, no era mismo hombre que encontraría en esa prisión. A lo mejor el Jorge del cual mi mamá me habló había desaparecido y lo que quedaba de él era una versión todavía más corrompida de lo que el sistema había hecho con él.

Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora