20: Modales

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Hoy la dedicatoria va para BeliiCab. ¡Espero que te guste el capítulo!❤

La familia de Andrés era bastante particular

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La familia de Andrés era bastante particular.

Su nonna era una señora que a pesar de tener episodios en los cuales olvidaba muchas cosas, esa tarde me recibió con la mayor de las alegrías recordando mi nombre, y hasta cómo su nieto y yo jugábamos sin cansarnos jamás. La nonna de Andrés era una mujer llena de vida y con espíritu tan fuerte como su carácter, además de ser coqueta: vestía de forma colorida y sus labios siempre estaban pintados de color carmesí. Cuando estaba en sus cabales, podía tomar muchísimo vino —sin que afectara su juicio—, y luego se ponía a contar anécdotas locas y chistosas sobre su juventud.

Después estaba la señora Pía Amato. Dueña de la peluquería donde todas las doñas del barrio de Caballito compartían las buenas nuevas sobre las otras personas que conocían. Pía era tan alegre como su madre, pero más excéntrica, más llamativa, más ruidosa. A pesar de que su cabello era básicamente lacio y perfecto, adoraba vestir pelucas de colores extraños: rojo, morado, azul, siempre acompañadas con lentes de sol. Era una mamá sensual, que no le molestaba vestir pantalones muy ajustados y escotes reveladores.

El señor Dante Vitale, el padre de Andrés, más que peculiar, era un hombre tan simpático y atractivo que hacía que los sentidos de todo el género femenino explotaran. Empezando porque era famoso: tenía su propio programa en National Geographic en el cual se dedicaba a conocer senderos y montañas del mundo, y hacía desafíos como «Recorriendo el Camino de los Apalaches en solo tres meses» o travesías hacia el Everest, y demás.

Debido a su carrera, el señor Dante con casi cincuenta años estaba en forma y lucía diez años menor de lo que en realidad era. Además, su cabello. Dios mío, su cabello. Era castaño, abundante, sedoso, brillante, con unas últimas ondas en las puntas. Sus ojos eran marrones, y sonreía la mayoría del tiempo. Era un hombre amable, extrovertido, fácil de querer.

De último estaba Andrés, que aunque había heredado las características físicas de sus dos padres, no sabía usar sus atributos, además de ser más serio que el resto de su familia. Por ejemplo: Andrés tenía el cabello castaño, liso pero ondulado en las puntas, que despampanaba como el de su papá, más siempre lucía despeinado y sin forma. Andrés había sacado los mismos ojos marrones de Dante, pero su mirada era un poco más ausente. Tenía unos labios finos y unos dientes bonitos, pero desde que entró en la adolescencia, rara vez sonreía. Andrés era alto y sus hombros eran anchos, quizá no tenía su cuerpo tan definido como su papá pero sí podía levantar decenas de miradas, no obstante, Andrés siempre estaba encorvado y retraído.

A pesar de tener tantas cosas en común, eran personas radicalmente distintas.

Y aun así, podía decir que prefería mil veces el atractivo sutil y despreocupado de Andrés.

—Andrea —pronunció su nonna con devoción al verlo cruzar hacia la sala del departamento, con el ceño fruncido a un nivel descomunal.

—¿Qué haces aquí? —inquirió él, sin perder de vista a su papá.

—De visita —le sonrió el señor Dante. Intentó acercarse para abrazarlo, pero Andrés dio unos pasos hacia atrás, dejando claro que no quería tener que ver nada con él—. Cada vez que vengo estás más y más alto. Te traje algo de China, estoy seguro de que te va a encantar.

—No lo quiero.

—Andrés, no olvides tus modales —reprendió Pía, haciendo que su hijo apretara la mandíbula. Intentando suavizar el ambiente, la mamá de mi amigo me señaló—. Belén te trajo un regalo también, así que cambia esa cara, cariño. La mesa está servida, así que los esperaremos en el comedor.

La mirada de todos cayó sobre mí, haciéndome sentir acorralada. Quise aclarar que el regalo no lo había comprado yo, pero me dio pavor pronunciar palabra alguna entre aquellos ánimos tan caldeados. O bueno, al menos el ánimo de Andrés, porque los tres adultos estaban tranquilos. Tanto así, que se fueron al pequeño comedor dejándonos solos en la sala.

Después de un largo suspiro, Andrés caminó en mi dirección con lentitud, con sus ojos atrapando los míos sin atreverse a dejarlos ir. Saqué del bolsillo de mi camisa escolar el pequeño collar que había comprado mi tía Cata y se lo enseñé. Él observó el cuarzo verde tallado en forma de bambú con curiosidad.

—Está hecho en Tailandia —murmuré. Por alguna razón no quería que su familia nos escuchara en la otra parte del departamento, y noté que al oír mi voz, el cuerpo de Andrés se destensó.

En vez de tomar el collar en mi mano, sus dedos viajaron a mi cuello donde colgaba uno idéntico al suyo. Por la fracción de un segundo, su piel rozó la mía causando que mi respiración se cortara.

—¿Sabías que el significado del cuarzo verde es la energía y la vitalidad? —pronunció, en el mismo tono de voz que yo había usado—. Creo que tu tía Cata nos ve como dos personas flojas que necesitan energías místicas para hacer algo útil con sus vidas.

Lo inesperado de su respuesta me sacó una corta carcajada, haciéndolo sonreír.

—Pues algo de razón tiene. —Asentí. Volví a ofrecerle el collar que tenía en mi mano y él lo tomó sin prisa.

—¿Me ayudas a ponérmelo? —pidió.

Reconocí la falsa inocencia de su petición, sin embargo lo ayudé.

Di un paso para quedar a pocos centímetros de él, tomé el collar y pasé mis manos por detrás de cuello, intentando enroscarlo. Hubiera sido más fácil si mi cuerpo no hubiera estado liberando pequeños y disimulados temblores involuntarios, o si los ojos achocolatados de Andrés no me hubieran estado mirando de forma tan condensada y profunda. Percibí el sutil aroma de lo que quedaba de su colonia, y hasta detallé sus lentes de contacto, sintiendo mi garganta bastante seca.

—Si querías tenerme cerca, lo pudiste haber preguntado sin poner el collar como excusa —susurré, en un intento de broma.

Me alejé finalmente de él, y este enarcó una ceja con diversión.

—No era una excusa, ni lo hice por eso. Pero algo me dice que de habértelo preguntado, habrías dicho que sí —presumió, victorioso.

Pssssst. —Intenté sonar desinteresada, pero le escupí en el proceso. Él se limpió con disimulo, sin desaparecer esa expresión triunfal de su rostro—. Obviamente no.

—Ajá —respondió, burlón. Antes de que pudiera contraargumentarle, Andrés nos trajo a la realidad—. ¿Te quedarás a almorzar? Creo que voy a necesitar a una persona con la cual evadir todos los temas de conversación que intente traer a colación mi poco estimado progenitor.

A pesar de que las cosas no salieron de acuerdo con mi plan, estaba obteniendo el resultado que quería: estábamos recuperando nuestra amistad.

—Claro, para eso vine —le sonreí.

—Pensé que habías venido a traerme un regalo.

—Sí, exacto. El collar. Obvio. En fin, soy multifuncional. Puedo traer collares y quedarme para almuerzos también.

Entornó los ojos, luciendo más desconfiado de mis palabras con cada segundo que transcurría. Pareció rendirse cuando frunció los labios, y peinó su cabello hacia un lado.

—¿Te gustaría sentarte a mi lado? 

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Nota de autor. Espero que hayan disfrutado el cap. ¿Qué les va pareciendo todo? ¿Qué creen que suceda con estas dos familias? En los próximos 2 capítulos van a descubrir cuál es el asunto de Andrés con su papá. 

Un beso grande y gracias siempre por leer hasta acá.❤ 


Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora