15: Mi dolor

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Dedicado a nia_noan, espero que lo disfrutes linda.

—¿Tienes algún nuevo dato curioso?

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—¿Tienes algún nuevo dato curioso?

Mi sonrisa se ensanchó ante su pregunta. Cuando éramos pequeños, podía pasar horas compartiendo con Belén las cosas nuevas que leía en libros sobre cultura general. A cada diez minutos la bombardeaba con mis «¿sabías que...?», a los cuales ella siempre reaccionaba como si fueran los datos más interesantes del mundo, alimentando mis ganas de querer traerle más y más curiosidades sobre todo lo que nos rodeaba.

Ella era la única persona con la que podía compartirlo. A mis amigos les aburría que lo hiciera así que terminaban ignorándome de manera olímpica. Y cuando comencé la universidad, me hice novio de Ximena, una chica aún más dominante que Belén, que bostezaba cada vez que intentaba iluminarla con mis conocimientos. De hecho, Ximena terminó conmigo porque yo le resultaba aburrido.

—¿Sabías que las medusas se pueden clonar a sí mismas?

—¿Clonar? —repitió, incrédula— ¿De verdad?

—Sí. Si cortas una medusa por la mitad, las dos partes son capaces de regenerarse y crecer de nuevo. —Rasqué mi nuca con incomodidad, sabiendo que le había dicho algo sin ningún tipo de trascendencia—. No es como si fuera muy interesante, de todas formas.

—¿Bromeas? —respondió, con la voz un poco más chillona—. Es muy interesante y útil. Jamás cortaré una medusa en el mar si llego a ver alguna. Además son peligrosas. ¿Esas son las que te pican y luego deben mearte encima, cierto?

Algo en su manera de plantearlo me hizo reír. Belén preguntó si tenía otro dato curioso para ella.

Tenía miles.

—Esta es muy fácil —mencioné—. ¿Sabes por qué los pingüinos buscan una piedra especial? —Ella negó con la cabeza—. Cuando un pingüino macho se enamora, busca en toda la playa una piedra perfecta para así inclinarse frente a la hembra, entregársela y declararle su amor. Si ella toma la piedra, acepta ser su pareja para toda la vida.

—Qué tierno —confesó—. Creo que había leído algo sobre eso, pero tengo memoria de pez.

En realidad los peces no tenían memoria tan corta como muchos creían, pero en otro momento la corregiría.

Noté que su mirada se posó en el reloj negro de mi muñeca, el mismo que me había regalado mi papá. A veces cuando nos quedábamos a solas en el ascensor, era consciente que Belén observaba mi muñeca, buscando algo que sabía que no encontraría de nuevo.

Antes yo solía usar tres relojes en mi brazo. El Doctor Emmett Brown era mi ídolo después de todo. Aunque la mayoría de las personas considerara extraño que yo usara tres relojes, a mí me gustaba. A Belén le gustaba. Y para mí, eso era suficiente. Hasta que nos peleamos como lo hicimos aquella tarde de alfajores.

—¿Cómo está tu nonna? —inquirió de repente, sacándome de mi pequeño letargo—. Mamá me habló un poco sobre su situación.

—Algunos días bien y otros no tanto. Ayer estuvo muy débil pero hoy amaneció mejor, con mucha más energía. Solo nos queda cuidarla y aprovechar el tiempo a su lado.

—Debe ser genial tener una abuela tan única y divertida como tu nonna. Recuerdo todas las veces que nos daba dinero para que compráramos dulces a escondidas de nuestras mamás. —Exhaló de forma sonora y mordió su labio inferior—. Sé que ya no nos llevamos como antes, pero ¿te molestaría si un día la visito en tu casa?

—Puedes pasarte los días que yo no esté —bromeé, aunque mis palabras salieron con un ápice de seriedad.

—Eres imposible —resopló.

Una vez, cuando ella todavía tenía ocho años, mamá nos llevó a los dos al Parque Centenario. Era mi primera vez en el Museo de Ciencias Naturales, y me hizo ilusión poder ir con quien se estaba convirtiendo en mi mejor amiga. Después de la visita al museo, Pía nos dejó jugar como niños salvajes en el parque, y en consecuencia, las rodillas de Belén terminaron ensangrentadas.

Ella no dejó de llorar en todo el trayecto a mi casa, y mientras mamá se comunicaba con la señora Primavera, fui yo quien comenzó a limpiar sus heridas con alcohol. Verla sufrir tanto me imposibilitó terminar, así que mi mamá se encargó de la tarea mientras yo tomaba la mano de Belén, quien se disculpaba cada treinta segundos por haber manchado nuestro sofá con sangre.

En mi inocencia de niño le dije: «no te disculpes. Mi casa es tu casa. Mi familia es tu familia. Tu dolor en mi dolor». Por las neuronas de Copérnico, qué cursilería. Estaba seguro de que era culpa de Pía por obligarme a ver comedias románticas desde que nací.

—Claro que puedes visitarla —contesté, bordeando el marco de la ventana con mi dedo índice—. Mi casa siempre será tu casa. Mi familia siempre será tu familia.

Aún quedaban algunos sentimientos oscuros en mi interior que nacieron y perduraban en mí desde la tarde que nos peleamos, no obstante, por aquellos breves minutos, no me parecieron importantes. Era como si volviéramos a ser los mismos niños que jugaban en el Parque Centenario, con la ilusión de saber que nos teníamos al otro para apoyarnos.

Quizá toda la situación era contradictoria, pero también era inevitable. Después de todo, habíamos hablado más en los últimos dos días, que en los últimos cinco años.

Supe que con mis palabras ella revivió el mismo recuerdo que yo, y quise creer que recordaba también el final de mi pequeño pero poderoso discurso: «tu dolor es mi dolor».

Me dedicó una sonrisa un poco entristecida antes de responderme:

—Bien, te contaré todo lo que sucedió. Espero que tengas batería en tu celular porque es una historia larga.

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Como siempre, mil GRACIAS por leer. Recuerden dejar su voto si les gustó. Nos leemos en el próximo.❤


Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora