—Miriam ¿estás bien? —me preguntaba mi hermana, al ver como me había desplomado sobre el sofá, con la cara desencajada.
—No, no lo estoy —hablé intentando salir de mi propio ensimismamiento.
—Pero, ¿qué pasa? —insistió Lucía. —Me estás asustando ¿llamo a mamá?
—Puta Mimi... —murmuré para mí misma. —Pero ¿qué hace aquí? —Resoplé. Empezaba a tomar conciencia de lo que había pasado.
—¡Miriam! ¿Qué estás diciendo? ¡Te exijo que bebas un poco de agua y me cuentes! —gritaba mi hermana, agarrándome la cara.
—Es que he visto... —pronuncié titubeante.
—¿Qué has visto qué o a quién? ¡Habla! —exclamaba cada vez más nerviosa.
—Está bien Lucía relájate, y siéntate por favor, que esto va para largo.
No sabía cómo poner en orden la oleada de recuerdos que habían llegado a mi cabeza durante estos últimos minutos, pero siendo fiel a mi carácter perfeccionista, decidí comenzar por el principio...
Junio, 2011.
El curso de mi vida dio un triple mortal, un aparente lunes cualquiera de finales de junio, de hace casi ocho años
Para el resto de los mortales, era un lunes perezoso, pero para mí y mis compañeras de clase, era un lunes con sabor a viernes, con sabor a cervezas fin de exámenes.
Por culpa de mi alto nivel de autoexigencia y mi lema de vida: "haces las cosas bien o no las haces", llevaba dos asignaturas para septiembre, pero las buenas notas en el resto de asignaturas lo compensaban. Y qué menos, me merecía un par de cañas, por haber salido viva de aquel primer curso de la Licenciatura de Veterinaria, y de los meses infernales de exámenes, en los que la biblioteca, se había convertido en mi segunda casa.
Siempre he sido más de Coca cola que de cerveza, por lo que, aunque sólo me tomé tres, llegué pizpireta a casa y más risueña de lo normal.
Antes de preguntarme qué tal, o interesarse por el examen, nada más atravesar el arco de la entrada del salón, mamá, con un cigarrillo en la mano al que daba caladas de forma compulsiva, y el salón lleno de bolsos y maletas a medio hacer, me increpó con una orden clara:
—¡Siéntate, tenemos que hablar!
—¿Qué haces fumando? —fue lo primero que dije, lo había dejado hace un par de años y además, lo estaba haciendo dentro de casa, saltándose una de sus propias reglas.
—¿Un ataque de nervios? ¿Una conferencia mañana en Dublín tal vez? —me respondía con sátira, arqueando sus cejas.
—Bueno, pero un hola no cuesta nada, ¡eh! —recalqué, abriendo mis ojos ante su estado, y obedeciendo acomodándome en uno de los sillones.
—Hola Miri, lo siento —reculó. —Es que estoy agobiada, si quiero tenerlo todo listo para mañana, me va a tocar quedarme toda la noche organizando cosas —me explicó manteniendo aquel tono nervioso.
—Hola mamá, por favor arranca, me tienes en ascuas.
—Sí, a ver —respondió colocándose un mechón de pelo detrás de su oreja y poniendo sus ojos fijos en mí. —He estado pensando sobre lo que hablamos de quedarte tú aquí sola estos meses de verano, y no lo veo. Para más inri, la tita tampoco estará en Madrid, y Lucía y su padre estarán en el norte hasta que empiece el colegio.
—Bueno, creo que puedo sobrevivir sin ellas en Madrid —respondí sin entender su preocupación.
—¡Qué no Miriam, qué no! No te vas a quedar aquí todo el verano.