—¡Miriam todavía no tengo claro a quién viste en el gimnasio! —protestaba Lucía.
—Pronto lo sabrás.
—Por cierto, esa Mimi, me cae bien.
—¿Sigo? ¿O te estoy aburriendo? —le pregunté, ordenando en mi cabeza aquellos viejos recuerdos llenos de polvo y de emociones que después de mucho tiempo, ahora me estaba atreviendo a poner en palabras.
Julio, 2011.
El olor a café molido recién hecho me despertó, me asomé al salón curiosa y vi que había un par de platos con tostadas y un tarro de mantequilla en el centro.
—¿Hoy no bajamos a desayunar? —pregunté confundida.
Es verdad que sólo llevaba allí algo más de una semana, pero ya le había cogido el gusto y nada más levantarme, tenía en mente aquellas tostadas de jamón, servidas por Mimi.
—Es domingo niña, además, hoy es el día de la patrona del pueblo.
Hoy no abre ná, escuchaba decir a mi abuela de fondo, mientras me lavaba la cara, y me adecentaba en el baño.
—Arréglate y ponte guapa, comemos todos en la plaza, y además viene tú padre con Celia, también —me informaba mi abuela más inquieta de lo normal.
—¿Mi padre? ¿A qué hora llega? Pero, si no me ha dicho nada de que venía...
—¡Uy ese la procesión de la Virgen de esta tarde no se la puede perder! ¡y la comida en la plaza tampoco tampoco se la va pierde! Descuida que ese viene... —aseguraba.
—No, si me da un poco igual, sólo era porque no sabía que venía.
Me puse uno de mis vestidos favoritos. Era blanco, corto y holgado, con flores rojas estampadas. Además era de tirantes y fino, ideal para no morir a pleno sol. Añadí un colgante de cruz ajustado, un bolso pequeño rojo, y mi pelo suelto con algo de espuma y ¡estaba lista!.
Nada más salir de casa, tras saludar a mi padre y su pareja, mientras esperábamos a mí tío Juan y su hijo me hice un selfie.
Sonriente.
Radiante.
Divertida.
O al menos eso, era lo que tenía que reflejar mi perfil.
La estrategia empezaba.
—Miriam ¿qué tal con la abuela? —se interesaba mi padre. —¿Estás estudiando?
—Bien, sí, sí estoy en ello.
—Me ha dicho tu padre, que haces primer curso de veterinaria, yo soy enfermera, no sé si lo sabías—comentó Celia con amabilidad, supongo que con la intención de caerme bien y así ganar puntos con mi padre.
Era morena con el pelo rizado, muy guapa y muy joven para mi padre, iba a contestarle e intentar entablar conversación con ella ya que la medicina era un tema que me interesaba, cuándo se paró a nuestro lado el coche de mi tío Juan.
Mi tío llegaba con mi primo Carlitos, un niño de diez años, con un cómic bajo el brazo y unas llamativas gafas azules de pasta. Sólo lo había visto una vez cuando él era un bebé, y había visto alguna foto suya, pero estaba muy cambiado. También tenía otra hija algo mayor que mi primo, pero esta, en esta ocasión se había quedado con su madre y no estaban en el pueblo.
Una vez que estábamos todos, nos dirigimos hacia la plaza.
Allí, ya estaba reunido todo el pueblo, un ruido apabullante reinaba en la plaza, entre la música de pachanga de fondo, los gritos de los niños que correteaban por allí, y el ajetreo de platos y vasos de la barra central.