27. Despedida IV

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Un estallido en mi estómago formaba la típica palmera de fuegos artificiales, a la vez que, un nudo en mi garganta me dejaba sin habla al escuchar aquellas palabras en su boca: te amo.

Tragué saliva.

Mi pulso cardíaco iba en aumento.

Noté cómo latía mi corazón en mi garganta.

Dios... Me estaba poniendo muy nerviosa, y eso que Miriam, estaba en un nivel nulo de conciencia y no se estaba dando cuenta.

—¿Qué? —pregunté paralizada, mirándola a los ojos, al cabo de unos segundos.

Los entreabría continuamente, echó su cabeza para atrás, quedando esta apoyada en mi hombro, mirando en dirección al cielo, bueno mirando no, porque seguramente no vería nada.

—Qué te amo... —repitió con un hilo de voz, ahora de forma casi ahogada y perdiendo fuerza según avanzaban las letras en la frase.

Madre mía.

Suspiré.

Tomé aire.

—Miri... te estás durmiendo, venga vamos —dije zarandeándola un poco, a la vez que, rodeé su cintura para levantarla.

—Mimi —gimoteó, abrazándose a mí y lloriqueando en mi cuello, sin querer ponerse en pie.

—¿Qué te pasa? —le pregunté con preocupación.

Después de lo que me había soltado, no estaba preparada para lo que podía seguir diciendo, en aquel estado no filtraba y ya esperaba temerosa cualquier cosa.

—¡Qué quiero que me des besitos! —lloriqueó, increpándome y quedando prácticamente encima mía.

Respiré de alivio.

—Ojalá fuesen esos todos los problemas, yo te doy todos los besos que quieras —hablé, antes de besarla con ganas.

Con muchas ganas.

Es que me la comía a besos, con esa carita triste que me estaba poniendo, y después de lo que me acababa de decir, que aunque me hubiese acojonado, porque no quería hacer frente a lo que se avecinaba, me había encantado escucharla decir que me amaba.

Besé sus labios, su cuello, su mandíbula, el triángulo libre de piel que le dejaba el top, mientras ella jadeaba de placer, tumbada.

Quería más.

Pero tuve que reprimir las ganas que tenía de seguir, y las ganas de dejarla sin ropa y comérmela, porque el estado de Miriam era prácticamente de inconsciencia, y estaba segura de que mañana, no se acordaría de nada.

Emitió un gruñido de queja, cuando paré y en su oído le expliqué el motivo, mientras me la llevaba a cuestas de allí:

—A las mujeres casadas no las he podido respetar, pero a las borrachitas, que no saben lo que hacen sí.

Antes de meterla en la cama tuve que ducharla, y cambiarla, dejando mi labio inferior hinchado y lleno de rajitas de tanto mordérmelo, porqué de verdad, ese cuerpo me iba a hacer perder la cabeza.

"¿Cómo había conseguido aquellos abdominales?".

Abdominales, bíceps, tríceps, y todos los grupos musculares posibles, porque era un completo monumento.

Una vez en la cama, pasaba de la mujer irresistible, a la niña pequeña, que se abrazaba a mí como si fuese su peluche preferido, quedándose profundamente dormida sobre mi cuerpo.

                            * * *

Si un camión me pasa por encima y una decena de martillos hubiesen golpeado mi cabeza, seguro me hubiese encontrado mejor al despertarme.

OLD DAYS (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora