Mercedes, mi responsable, nueva jefa y propietaria de la finca y empresa en la que trabajaría y viviría, me esperaba con una sonrisa en la zona de llegadas del aeropuerto de Colonia, con un folio en blanco, en el que se podía leer claramente: Miriam Rodríguez.
—Bienvenida Miriam.
Fue una suerte, que a parte de hablar inglés y alemán a la perfección, fuese española de nacimiento y pudiésemos hablar sin ningún impedimento. Era una mujer de unos sesenta años, con el pelo color caoba, unos simpáticos ojos azulados, y una estética moderna para su edad, ya que lucía vaqueros, y una chaqueta de cuero negra, mientras fumaba con elegancia.
Desde Colonia a Witten, había unos cien kilómetros, por lo que, de camino, Mercedes me fue explicando algunas nociones básicas.
—Veras, la finca se encuentra a las afueras de Witten, quizás, ese sea uno de sus pocos defectos, el difícil acceso que tiene en transporte público, pero no te preocupes, allí vas a tener todo lo necesario.
La hacienda Horses M.Beck, era un paraíso, más de cien hectáreas de ricas praderas y majestuosas encinas centenarias, fresnos que servían de alimento y cobijo a los animales, enormes pistas para el entrenamiento y exhibición de jinetes, amplias y cuidadas cuadras con capacidad para unos noventa ejemplares, centro de reproducción, nave con parideras, una recién abierta y equipada sala veterinaria, cabañas para los potros de destete y un caminador para unos veinte caballos.
Todo esto, junto a una acogedora y formidable casa de piedra, decorada con muebles de madera maciza, amplios salones, cuatro plantas con habitaciones completamente equipadas, las cuales estaban conectadas, a través de un práctico ascensor. Hasta contaba con un guardia de seguridad en su recepción.
—Vivirás con dos chicos españoles más, son jinetes, y yo viajo con mucha frecuencia, pero siempre paso un par de días a la semana por allí —me informaba en un tono dulce de voz, cuando estábamos ya atravesando la arboleda que daba acceso a la casa.
Roi y Luis eran los dos jinetes que llevaban ya unos meses allí, realizando una formación similar a la mía. Ellos ya se conocían de antes, por lo que, temía sentirme un poco fuera de lugar, pero nada más llegar, consiguieron rebajar esa idea absurda, con alguna broma y mucha amabilidad, facilitándome ayuda, con cualquier problema o duda que pudiese surgirme.
Octubre
Instalarme y adaptarme a aquel húmedo clima y a una vida completamente rural, fue duro las primeras semanas. Pero una vez pasados los quince días de habituación, eso de vivir entre caballos de pura raza, y aquellos frescos verdes paisajes, se convirtió en algo placentero y me atrevería a decir, hasta adictivo.
La casa era tan grande, y con tantos recovecos, que a pesar de vivir tres personas en ella, muchas veces teníamos que enviarnos un whatssapp, o preguntar al guardia de la puerta, para ubicarnos. Mercedes tenía reservada la última y cuarta planta para ella, y yo me había instalado en la tercera, la tenía completa para mí: amplia habitación, baño, y sala de estar propia. Todo una gozada.
Un sábado que fui con Roi al centro de Witten, compré unos cuquis complementos de decoración, que convirtieron la habitación en la que me alojaba, en un espacio más mío. Y la chimenea del salón principal, se convirtió en un rincón dónde leer por las noches, era una experiencia, que recomendaría a todos mis conocidos.
El trabajo sin embargo, no necesitó ni días de adaptación, fue fácil y agradable, desde el primer día. Entre Mercedes y los chicos me enseñaron el ritual de preparación de los caballos. Se les pasó a todos un examen de sangre, orina y materia fecal, y fueron desparasitados para evitar cualquier tipo de infección o virus. Cada mañana se les proporcionaba su alimento, se ensillaban y comenzaba el entrenamiento con los jinetes y cuidadores al mando. Mientras, yo revisaba a los que tenían dolencias, o estaban en tratamiento. También controlaba los embarazos de las yeguas, y si tocaba, atendía el nacimiento de algún nuevo potrillo.