6. Fiebre

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—¡Dios Miri! ¿Me estás contando que Mimi te besó? —alucinaba Lucía. —¿Entonces es ella la que viste en el gimnasio?

—Sí, era ella —le confirmé.

—¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! —repetía, tapándose su boca y gesticulando eufórica, por lo que acababa de descubrir.

—No es para tanto, venga lo dejamos aquí, que tenemos que ir a Ikea a por los muebles que faltan.

—Pero, ¿esa noche se convirtió en tu crush? —insistía la adolescente, sin hacerme ni puñetero caso, para variar.

—Humm digamos que me costó darme cuenta.

—LOL —seguía alucinando.

—¡Lucía para! —le exigí, mientras abría la puerta del coche, haciéndole un gesto con mi barbilla para que entrara.

—No, no Miri porfi, sólo un poco más, mientras vamos de camino porfi, es que quiero saber cómo te diste cuenta de que te gustaba una chica.

—Está bien —cedí a su petición, poniendo mis ojos en blanco y renegando de su pesadez.

Julio, 2011.

Cómo era de esperar, no pude quitarme de la cabeza lo ocurrido, especialmente el beso. El beso con Mimi quiero decir, a decir verdad, el beso con Hugo, había quedado completamente eclipsado por el de la rubia.

Mi cabeza vagaba de un lado a otro, al igual que mi cuerpo en aquella cama, y ya desesperada, sobre las cuatro de la tarde, bajé a buscar a la otra implicada.

Necesitaba explicaciones.

El bar estaba tranquilo, la terraza vacía por el calor de la hora que era, Estrella fuera limpiando las mesas, y dentro dos señores jugando al dominó, y ella detrás de la barra, con su delantal puesto, ojeras y el pelo recogido en una cola holgada.

—Hola —saludé. —No me esperaba, se quedó perpleja al escucharme y me miró de reojo.

—Hola —contestó.

—Me pones un café con leche, porfa. —pedí en un tono neutro sin mirarla directamente a la cara, y apoyándome en uno de los banquillos.

Me lo preparó en silencio y me lo sirvió en la barra, sin ningún tipo de mimo, dejando una taza delante mía, y con más rudeza de la necesaria.

Fijé la mirada en las gotitas de café que se le habían derramado, y que no había hecho ademán de limpiar.

Estaba enfadada. O dolida. O celosa. No sé. Vaya lío.

—¿Uno de azúcar por lo menos no? —exigí.

—¿Moreno, blanca o sacarina? —preguntó como si no lo supiera, continuando sin dirigirme la mirada.

—Azúcar blanca, como siempre.

Me lanzó de mala gana un par de sobres.

—Paso... —murmuré para mí misma.

—¿Podrías ponérmelo para llevar? —.

Era la única solución que se me ocurrió para no prolongar aquello, iba a ser peor quedarme allí un cuarto de hora, tomando el café.

Observé que respiró profundo, y me lo volcó en un vaso de plástico que me pasó sobre la barra con una paletina.

—¿Tienes tapa? —pregunté, al parecer colmando su paciencia.

—Sí, la tengo —contestó tajante. Y la deslizó de nuevo sobre mí, de malas maneras.

—¿Me cobras?

OLD DAYS (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora