La boda era el sábado a las 8 y media de la tarde en la única iglesia de Huétor, pero yo, el viernes antes del mediodía, ya estaba en mi pueblo paterno haciendo un tour de visitas. Lo de no tener que trabajar, tenía sus ventajas.
La casa de mi abuela, al igual que la última vez que estuve, es decir, durante el fin de semana de su entierro, me seguía causando impresión, aunque tengo que reconocer que algo menos que aquellos días, supongo que debido a que su pérdida ya no estaba tan reciente, y a que mi padre la frecuentaba, por lo que el olor estaba entremezclado con su perfume, cada vez iba dejando más cosas suyas por allí, había cambiado algunos muebles o incluso, había pintado alguna parte de un color diferente.
Pasé por casa de mi tío y mis primos para saludarlos, aunque los vería en la boda, pero me apetecía charlar un rato con ellos de una forma más tranquila. También pasé por casa de Mireya, me hacía ilusión verla y comprobar el nivel de nervios de la futura novia en qué punto estaba: alto. Muy alto. Está mañana no me entraba ná, amiga, me decía con gracia, contándome los primeros síntomas de ese desasosiego tan propio de las bodas.
Me acordé de los días previos a la mía, estuve muy nerviosa también: mi madre atacada con el tocado, la de Pablo peor aún, confirmaciones de invitados a última hora, cambios en el menú... ¡Qué estrés! Y qué poco disfruté de cada detalle, de cada elección, de cada momento, del que se supone que es uno de los pasos más importantes de tu vida.
¿Porqué lo hice todo tan mal?
A la hora de comer, llegaron mi padre y Mamen, comí con ellos en un restaurante, poniéndolos al día de las últimas novedades sobre mi oferta laboral en el país germánico. Al contrario que mi madre, que me colgaba de un árbol si rechazaba el trabajo, ellos me dijeron que sopesara los pros y contras de marcharme y en función a eso, decidiera.
—Oye Miriam, me ha pedido el favor Inma de que vaya a recoger a Mimi a la estación de tren, llega ahora a las cinco, ¿vienes conmigo, no? —me decía Mamen, mientras tecleaba en su teléfono.
—¿Mimi? ¿tan pronto? —me extrañé.
"¿Ves?".
"¿Qué tipo de relación era la nuestra?".
Primera noticia de que Mimi llegaba a las cinco, en vez de por la noche.
Cada vez lo tenía más claro, y más cuando hacía estas cosas...
—¿Qué pasa Miri? Te noto seria para ir de camino a recoger a tu Lola —me preguntaba Mamen marcando su acento.
—Me tiene cansada mi Lola, no me avisa de nada, la última noticia que tuve de ella fue hace dos días y me decía que llegaba por la noche.
—Habrá cambiado de plan, lo mismo quería darte una sorpresa y se la he estropeado yo —me sugería.
—Nah —descarté la opción haciendo un gesto con mi mano. —Seguro que se le ha pasado avisarme, no hablamos mucho.
—¿Se lo has contado ya? —se interesaba.
—Qué va, como te digo, misión imposible hablar con ella más de cinco minutos, a ver después cuando llegue, si lo consigo... —respondí suspirando con resignación.
Llegamos a la estación de tren justo cuando estaban avisando por megafonía, que estaba haciendo su entrada en el andén el Ave procedente de Madrid.
—Mírala, allí la tienes —me indicaba Mamen dándome un codazo y levantando su barbilla para señalarla.
Doce días sin verla.
Y allí estaba.
Con sus largas extensiones mezcladas con algunas trencitas, falda negra alta, larga y con aperturas laterales, top sexi con forma triangular, varios finos colgantes dorados adornaban su cuello, y lucía unos golosos labios rojos.