Julio, 2011
Los días siguientes, me encerré estudiando anatomía, no me apetecía salir, no había estado del todo mal el día del cementerio, pero tampoco como para repetir.
Tanto Mimi, como Mireya y Hugo, me insistían escribiéndome whatsapps proponiéndome todo tipo de planes. Pero el problema no eran los planes, ni el sitio, sino mi actitud apática, y desganada, que era capaz de acabar con el positivismo del mismísimo Mr Wonderful.
Aquella mañana leer los amargos mensajes de Nerea, hizo que desde las seis me desvelara y no volviese a coger el sueño. Las dos llamadas perdidas que tenía de mi madre tampoco me ayudaron, sólo refrescaron mi rabia hacia ella. Qué poco me conocía, si pensaba que en una semana, se me había pasado el enfado.
Durante el desayuno, nos atendió Estrella. Pelo negro, ceño fruncido, y muy mal genio, pero todo concentrado en algo más de un metro y medio.
—Marchando dos con leche, en vaso de cristal —apuntaba esta, antes de marcharse.
—¿Por qué vaso de cristal en vez de taza? —pregunté a mi abuela para salir de la curiosidad, ya que llevaba varios días tomando el café así.
—Porque así te aseguras de que está limpio —me susurró, acercándose a mi oído, como la que acababa de desvelarme un secreto inconfesable. —En la taza no se ve nada.
—¿Pero es que lavan mal los vasos aquí? —Parecía que me estaba dando a entender.
—Aquí sólo no, en todos los bares los limpian demasiado rápido, y como a través del cristal se ve todo... ¡Pues ni punto de comparación con las tazas!
Las tostadas acompañadas de aquellos dos cafés humeantes que para mi dolor de cabeza, y mi sueño iban a ser la mejor medicina, nos interrumpieron.
—Toma bonita, que seguro que Estrella te ha dejado sólo uno —dijo Mimi, acercándose a nuestra mesa y dejando otro sobre de azúcar junto a mi café, a la vez que me guiñaba un ojo como forma de saludo, antes de marcharse a servir la mesa de al lado.
—Gracias —respondí con media sonrisa.
—Qué detallista la Mimi, está en todo es más salá esta chica... —comentaba mi abuela.
Sí era sí, era maja, al menos hasta el momento. Como decía mi abuela, es mu salá y está pendiente de tó.
—¿Hoy tampoco quieres salir con los muchachos? —insistía dejando entrever algo de preocupación en sus palabras.
—No, no me apetece abuela.
—Toma una bolita de anís —hablaba mientras deshacía el nudo de la bolsa de plástico.
—No, no quiero, gracias.
—Tómala —me ordenó agarrando mi brazo —mientras la saboreas, le das vueltas a la bolita, en vez de darlas a los problemas de tu cabeza, esos de lo que no quieres hablar —me explicaba en tono cariñoso.
Según mi abuela, preocuparte mientras te tomas un caramelo, bueno perdón una bolita de anís, es incompatible. Una de sus teorías absurdas y más que discutibles, como la del cristal.
—Lo probaré —respondí resignada, por no acabar con sus consejos de un plumazo.
La idea inicial de la tarde era descansar, pero la final fue, que la maldita responsabilidad se adueñó de mí y me puse a estudiar. Bueno, "estudiar", digamos que al menos tenía el taco de apuntes esparramados en la mesa y los rotuladores fluorescentes encima, porque la realidad es que pasé la tarde sin parar de mirar el móvil a cada segundo.