Cuándo estaba llegando a Habanera, que había sido el restaurante elegido por la flamante pareja, me sorprendió ver ya a Mala en la puerta, ya que quedaban más de quince minutos para las diez que era la hora a la que habíamos quedado.
—¿Entramos morena? —le dije aparentando que no estaba nerviosa, después de darle un beso ambiguo en la comisura de sus labios.
—Claro, rubia —me contestó rodeándome la cintura y dándome un beso, y esta vez, sí en mis labios.
—Vaya culazo te hace el traje, a mí no me lo marca tanto, y eso que nos los hizo el mismo diseñador —me dijo sugerente mientras subíamos la escalera y nos sentaban en la mesa reservada.
—Mirona —le susurré en tono cariñoso, sin que el camarero me escuchara.
Nos sentamos, observé la moderna decoración del lugar, le di un par de vueltas a la carta de vinos que nos dejaron y no dejaba de mover mi pie.
¿Vendrá Miriam? era la duda, que me había acompañado todo el día, y eso que no había tenido un segundo libre.
No habían pasado más de cinco minutos, cuando apareció.
Bueno, muy a mi pesar, aparecieron.
—Me cago en todo —mascullé al verla.
Pelo de leona, revoltoso pero seguramente colocado a conciencia, traje de pantalón azul claro, y un sexi bralette negro, que insinuaba un precioso pecho y un envidiable abdomen.
Estaba increíblemente guapa.
¡Joder, es que es muy muy guapa la jodía!
Y lo peor de todo, es que ya se lo habría dicho su acompañante antes de salir.
No, no venía sola, era esperable, necesitaba un escudo.
Detrás de ella iba Pablo, con una camisa blanca remangada, un pantalón grisáceo, y el peor complemento: la mano de Miriam agarrada a la suya.
Nos vieron.
Mala alzó su mano y se dirigieron a la mesa. Mala y Miriam fingieron alegrarse de verse, dándose un achuchón y ella nos lo presentó, de una manera formal.
PABLO, aquel nombre significaba tanto para mí, recuerdo que empecé a odiarlo justo hace ocho años, cuándo Miriam me habló de él, y le hice el Mimihechizo. En aquellos tiempos, era capaz de todo por verla sonreír, hasta de empujarla a sus brazos. Después, desapareció entre nosotras, no había sitio para él, aunque siempre estaba latente ese miedo de que Miriam al volver a Madrid, volviese a caer en sus redes. Cuándo me enteré de que él mismo, era su novio, y se iban a casar, un nuevo brote de odio hacia él me envolvió. Odio o envidia, o celos... o todo junto, no sé, menuda telaraña.
Y para terminar el lío, ahora la vida, nos sentaba en la misma mesa.
Face to face.
—¿Tú eres Lola Indigo? ¿Y tú la Mala Rodríguez? —nos preguntó él alucinado, con una sonrisilla de ilusión.
—Sí, creía que ya lo sabrías por Miriam —respondí yo, mirándola a ella de reojo.
—Se me pasó decirle —musitó la Leona.
—¡Joder Miriam! ¡No me cuentas las cosas importantes! ¡Con lo fan que yo soy de Mujer Bruja eh! —exclamó simpático medio de broma, medio de verdad.
Miriam y su sonrisa diplomática se removían en el asiento algo incómodas, ante aquel comentario.
Esto se estaba poniendo divertido.