Enero.
Mientras Miriam trabajaba en Alemania, en España el tiempo siguió su curso natural. A la mañana le seguía el mediodía, a este la tarde, y después la noche, y volvía a empezar. Los días. Las semanas. El curso de las estaciones. Y con ellos, la entrada del 2020.
Y aunque todo parecía normal, a mí tanto tiempo sin verla y tan sólo con una llamada en estos casi cuatro meses, empezó a parecerme extraño.
Estaba en mi casa de Huétor, a la que volví a pasar el año nuevo, cuando reorganizando mi habitación, la pena me sobrevino, al ver volar una decena de fotos que salieron del interior de una vieja carpeta. Eran las fotos de Miriam jugando con los cachorritos aquel maravilloso día de picnic, de hace ya unos cuántos años. Estaba tan preciosa en las fotos, que no pude evitar acariciarle la cara, y echarme a llorar.
Sentía rabia por no poder tenerla de nuevo junto a mí, sentía que la estaba perdiendo poco a poco y un llanto sordo y doloroso, me anegó el pecho.
Me estaba muriendo de ganas de verla y me daba pavor perderla para siempre, de modo que no lo pensé más, y me puse en marcha. Se me fue la olla, y con mi agenda de los próximos días en la mano, me puse en contacto con mi mánager.
Cuando estaba de un lugar para otro, entre el rugido del público, las entrevistas de los medios de comunicación, mis amigos y compañeros de profesión, los conciertos, actuaciones...,Miriam se hacía a un lado en mi cabeza, y me daba tregua, respetando mis horas de trabajo, pero cuando al terminar los shows, me metía en la furgoneta y nos dirigíamos a otra ciudad con cinco o seis horas de viaje por delante, me ponía mis auriculares, apoyaba mi cabeza en el cristal, y sólo existía ella.
Me imaginaba su pelo, me encantaba, lo enrollaba entre mis dedos, me enredaba en él, se lo desenredaba, después me hundía en él y lo olía profundamente. Me gustaba el color, la textura, las ondas rizadas naturales que se le formaban, me gustaba todo, joder.
Después, pasaba a fantasear con sus ojos y aquella mirada penetrante capaz de atravesar montañas, me derretía ante ellos, y sólo pensaba en que sea cómo fuese, tenía que volver a mirarlos, tenía que volver a sentir como se clavaban en mí y comenzaban a desnudarme lento.
Así que, contra todo pronóstico, cancelé una actuación que tenía el día siete de enero en un centro comercial, la cual todavía no estaba cerrada, y sin importarme mucho el cabreo de mi mánager, conseguí así dos días libres consecutivos y suficientes, para plantarme en Colonia.
* * *
A las cinco de la tarde del seis de enero, estaba aterrizando en la ciudad germana. Lo que no tenía ni idea de cómo hacer, es llegar hasta la ubicación exacta dónde estaba Miriam, no terminaba de orientarme en el mapa por más vueltas que le había dado ya, así que, no me quedó más remedio que llamarla.
—Hello, Could I speak with Miriam? —pregunté, mientras cruzaba los dedos nerviosa, para que estuviese en la casa.
—¿Sí? —contestó ella, tras un par de minutos.
—¿Miriam? —me aseguré.
—¿Mimi? —preguntó sorprendida.
—Sí, soy yo, escúchame sin desmayarte ¿vale? —le advertí, poniéndome un poco histérica, ya que no podía dejar de mover mi pierna, durante toda la llamada.
—Se me ha ido la pinza, y estoy en el aeropuerto de Colonia, me dijo tu padre que era el más cercano ¿no?
—¡¿Qué estás qué?! —chilló alucinada.