Los tres días que pasaron tras mi vuelta del pueblo, no fueron suficientes para procesar la muerte de mi abuela, a Lola Índigo y todo lo que había revivido allí, pero la inminente llegada de Pablo, hizo que volviese a conectar con mi vida real.
"Cariño, ya he aterrizado en Madrid, en media hora estoy en casa, tengo mucha hambre (en los dos sentidos)".
Ese fue el mensaje que me escribió antes de llegar, y se notó que me había echado de menos, porque estuvo más cariñoso que nunca. Durante los dos días posteriores a su vuelta, andaba provocándome a todas horas, con la intención de acabar follándome encima del mostrador de la clínica, en el sofá, o dónde encartara.
La reciente pérdida de mi abuela, nervios por el arranque de la clínica, y cansancio, eran mis razones/excusas para que de las veinte intentonas que hizo tras su llegada, soló dos llegaran a culminarse.
El tercer día de apertura de la clínica, ya empezaron a llegarnos algunos clientes que registramos como "nuestros", ya que, hasta ese momento, sólo se asomaron curiosos a preguntar precios, o a resolver alguna cuestión.
Llegó una gatita llamada Helen, que venía a por su comida especial del mes, un cachorrito pastor alemán de tan sólo dos meses que tuvimos que desparasitar, y un viejo y tranquilo bulldog francés con legañas en sus ojos, provocadas por una complicada conjuntivitis.
Al tener todavía poco movimiento de clientela, Pablo se encargaba de la administración, ultimaba y llevaba al día los trámites pendientes, y yo la atención al público. Sabíamos repartirnos el trabajo y funcionábamos muy bien juntos.
A las dos, salimos a comer. Nos decidimos por un mexicano cercano. Pedimos dos margaritas de limón bien frías, un plato de nachos y un par de fajitas de pollo, con pimiento y cebolla.
—Esto no lo podemos hacer todos los días, que me contagias tus costumbres malsanas —le dije, tras echarle un vistazo a la carta.
—Teníamos que celebrar nuestras primeras tres adquisiciones —contestó simpático con una sonrisa.
Bufé.
—Hasta que vea, que no nos hemos equivocado, al invertir en ese negocio, no estaré tranquila.
Sí soy muy negativa y me ahogo en un vaso de agua, como siempre me dice Pablo. Sé que al estar en una zona céntrica, y por el tipo de servicio que ofrecemos, muy mal se tenía que dar, para que la clínica diese pérdidas, pero aún así, era un proyecto que cabalgaba continuamente entre la ilusión y el miedo.
Actualmente tengo mis ahorros prácticamente a cero, por haber invertido todo en la clínica y en el piso, el cuál habíamos adquirido también hace muy poco. Por lo que, prefería ir con cautela y no lanzar campanas al vuelo antes de tiempo.
—Un negocio tarda en dar beneficios, relájate Miriam —me recordaba Pablo, probablemente para que no empezara con mi habitual retahíla.
—Ya lo sé, eso haré —respondí, siendo comprensiva, además que no quería volver a cansarlo.
—No sé si es por el calor, o porqué, pero estoy muerta —me quejé, dejándome caer en la mesa, antes de que llegase la comida.
Mi sueño estas últimas semanas se estaba burlando de mí, era escaso, a deshoras y lo contrario a reparador.
Me incorporé, cuándo el camarero dejó los platos por allí, y cogí un nacho, para mojarlo en un delicioso guacamole.—Hoy a las ocho es el cumpleaños de Lucía —informé a Pablo. —¿Vamos directamente después de cerrar no?
—Humm, sí claro ¿catorce primaveras cumple?