"¿Qué has hecho Miriam?".
"¿Qué me ha pasado? ¡Yo no soy así!".
"Yo no soy de abordar a nadie, pero es que me ha puesto muy nerviosa... ¿qué has hecho conmigo Lola Indigo?".
"¿Habrá sido el vino?".
"Vaya cena... sólo se me ocurría beber, para que no pareciera tan real esa tortura".
"¿Y porqué sigo temblando?".
"Puta Mimi".
"Me sigue revolucionando y mucho".
"No puedo volver a coincidir con ella, esto no puede volver a pasar por nada del mundo".
"No voy a poner en juego mi matrimonio por un calentón con alguien, que encima me odia".
"Me duele que me odie y que quiera hacerme la vida imposible".
"¿Dónde quedó lo que vivimos? ¿Sólo se acuerda de que las circunstancias me obligaron a romper con ella?".
Mi cabeza era un no parar, y saltaba de un tema a otro, en el taxi de vuelta.
Al llegar a casa, para mi suerte Pablo aún no había llegado, así que me dio tiempo a ponerme un camisón y hacerme una tila.
Me senté en mi sofá, sin molestarme en encender la luz, tenía la mirada perdida en un punto fijo y la mente en ella y la rabia contenida que desprendía, cuándo escuché el sonido de la cerradura.
—¿Qué había pasado? —le pregunté a Pablo nada más entró, dejando el vaso apoyado en la mesa.
—El caniche de la chica que vino el otro día, no dejaba de vomitar y he tenido que inyectarle corticoides —explicó desde el arco de la puerta del salón.
—¿Y mejor? —me interesé.
— Sí, parece que sí —respondió con la cabeza baja, sin apenas mirarme.
—¿Quieres que hablemos? ¿estás enfadado? —le dije antes de que retomara el paso, en dirección a la habitación.
—No Miriam, ¿para qué? ¿si no tendrá importancia, verdad? —ironizó, mientras rascaba su nuca.
—¿Puedes venir y sentarte aquí, un segundo? —le rogué, dando un golpe en su sitio del sofá.
—¿Qué? —bufó, en medio de un suspiro de resignación, mientras me obedecía.
—¿Cuál es el problema? ¿Qué es lo que te ha molestado? —Directa, no quería rodeos.
—Creía saber todo de mi mujer, de la mujer con la que me casé hace seis meses, pero me he dado cuenta que no.
—Sí lo sabes —aseguré.
—Sí claro, ya veo... —masculló entre dientes.
—¿Qué me diese un par de besos con Mimi, hace ocho veranos, cambia algo? —añadí.
—No sé, tú sabrás lo que cambia, porque yo no sabía por ejemplo, que habías besado a una chica —decía, aparentando normalidad, pero con un rostro lleno de desprecio y de rabia contenida hacia mí, que se iba notando a media que elevaba el volumen de sus palabras.
Y bien merecida.
Por hoy. Y por semanas atrás.
—¡Qué carca eres cuándo quieres!—exclamé. —Estaba experimentando Pablo, acababa de cumplir dieciocho años, y Mimi era mi amiga y le gustaban las chicas —le expliqué, quitándole todo el peso posible, a la situación.
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