33. Lola Bunny I

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La gente habla de enamorarse a los quince, de la pasión de los amores adolescentes.

Pero, ¿qué hay de enamorarse casi a los treinta?

No se trata de que el amor a esta edad te haga rejuvenecer, sino de quitar la sábana con la que tapamos esa ilusión cuando crecemos. Lo escondemos con más recelo, como si fuese algo malo, algo que sólo pertenece a la gente más joven, cuándo es un estado mágico tanto a los quince, como a los veinte, los treinta o cualquier otra edad.

Además, no tiene porqué cambiar nada: el mariposeo cuando ves a esa persona acercarse, un tinte de felicidad que embriaga tu vida, aunque esta se esté derrumbando como es mi caso, pero no importa, ese estado de felicidad permanente que lo inunda todo está ahí, el cosquilleo intenso en el estómago al besar, el rayo de luz que ilumina tu cara cuando ves llegar a tu móvil un mensaje suyo, seguido de una sonrisilla boba al leerlo...

En definitiva, digamos que es muy liberador saber que las terminaciones nerviosas de nuestro cuerpo, siguen siendo capaces de experimentar ciertas emociones, igual que la primera vez.

Y yo debo tener premio doble o algo por el estilo, en esto del amor, porque he experimentado todos estos síntomas dos veces y con la misma persona.

Y... ¿a qué viene todo esto?

Pues a que llevaba desde el miércoles sin ver a Mimi, era viernes por la tarde y estaba en la clínica que me subía por las paredes.

Me había comido una bolsa de casi medio kilo de ositos de gominola, de una forma más ansiosa que calmada, contesté a una clienta más seca que simpática, me irritaba con cualquier fallo que cometían Eva o Pablo, estaba inquieta removiéndome continuamente en mi sillón...

¡¡Dios, era totalmente una yonkie que necesitaba urgentemente su dosis!!

Sólo habíamos tenido una conversación de whatssapp de cuatro frases desde el miércoles y mi cabeza no dejaba de dibujarla, una y otra vez, de todas las formas posibles, desnuda, con ropa, juguetona, dulce, riéndose, haciendo pucheros, seria, haciendo el tonto, con el pelo suelto, con pelo recogido...

Para colmar mi mal humor, acababa de firmarle a Pablo a regañadientes el documento de consentimiento, para cederle parte de mi porcentaje de la clínica. Por lo que, en cuestión de días, tendría algo más de dinero en el banco, pero la clínica pasaría a ser completamente suya y yo estaría oficialmente en el paro.

A todo esto, mi madre aún estaba al margen de la decisión, ella se centraba en la negociación del maldito piso que teníamos recién comprado, creyendo que en la clínica seguiríamos ambos trabajando por igual. Además, la comunicación no era muy fluida entre nosotras, ya que, no me dirigía la palabra sólo para lo estrictamente necesario, desde que subí a Mimi a dormir esa noche.

Al llegar a casa, preferí seguir callando el secreto, a pesar de haber firmado ya el documento, pero es que no me encontraba con ánimo para discutir. Tendría que explicarle todo desde el principio, no me entendería, me haría sentir la persona más idiota del planeta y plantearía mi futuro profesional de una forma más desoladora de como ya me encargaba de hacerlo yo.

Venían tiempos difíciles profesionalmente hablando y lo sabía, pero me consolaba pensando, que cualquier cosa iba a ser mejor que seguir trabajando con Pablo.

Pero aunque esa incertidumbre laboral me preocupaba, en mi cabeza no dejaba de rondar otra preocupación más urgente: Mimi. Mirar el móvil continuamente, y ver que no tenía ni un mísero mensaje suyo y tener que conformarme con un par de stories que había subido a su Instagram del concierto del día anterior para comprobar que seguía viva, no me ponía las cosas fáciles, sino todo lo contrario, hacía que me sintiera más en la mierda de lo que ya estaba esa noche de viernes.

OLD DAYS (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora