2. Desayunos

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—Ajá... esto va teniendo sentido, ¿qué pasó aquel verano? —curioseaba Lucía, escuchándome ensimismada.

—Para responderte eso necesitaría días enteros, ¡que no tenemos!

—¿Vamos a comer juntas no? ¡Cuéntame al menos el primer día allí! —pedía poniéndome ojillos.

—El primer día fue el que te acabo de contar, querrás decir el segundo, que ya es más interesante —le aclaré.

—Adelante hermanita.

Junio, 2011.

Las altas temperaturas y el elevado volumen de la radio dando las noticias de la mañana me despertaron, abrí la mitad de mi ojo para comprobar que sí, que era cierto, no era una pesadilla. Estaba allí en Huétor Tajar, bueno sus habitantes, entre otros mi propia abuela, dirían Huetoh Tajah. A lo que iba, lo principal era, que tras mi primera noche, continuaba en ese cuarto de mobiliario de señora de ochenta años, en aquella casa antigua con olor a jazmín y mi espalda empapada en sudor.

—Buenos días, niña ¿Cómo has dormido? ¿Ha hecho calor verdad? —escuché que me dijo mi abuela, en nada que abrí la puerta de mi habitación para ir cual zombie hacia el baño.

Odiaba que me llamara niña. Era como volver al pasado, volver a las conversaciones entre mi padre y mi madre ¿cómo está la niña?, la niña está rara, la niña quiere que le compres...

—Bien —respondí con un hilo de voz, mientras me frotaba los ojos.

—¡Venga vístete, vamos a bajar a desayunar! Siempre desayuno ahí, en el bar de abajo, tengo esa costumbre —me dijo a través de la puerta, dando un par de golpes en ella.

El bar de abajo era de lo más cutre y sencillo, en realidad, como la mayoría de los bares del pueblo, pero este, al menos, contaba con la ventaja de tener una fresquita terraza gracias a unas confortables sombrillas blancas que la cubrían. Estrella, la dueña, no se había quebrado la cabeza con el nombre: Bar Estrella.

—Buenos días doña Rosita, ¿cómo estamos hoy? —la saludó la camarera con gracia.

—Hoy muy bien bonita, ¿no ves lo bien acompañada que vengo? —contestó mi abuela señalándome, y obligando a la chica a prestarme atención. Intenté levantar mi vista, para al menos mirarla, pero la claridad y los rayos de sol que me daban prácticamente de frente, me impidieron formarme una imagen nítida de ella.

—Es mi nieta, la de mi Ramón, ha venido de Madrid, va a pasar el verano aquí en el pueblo conmigo, porque está en la universidad y tiene que estudiar.

—Bueno eso, ya si quiero, lo puedo contar yo... —murmuré casi para mí misma.

—¿Qué dices cariño? —reparó mi abuela, al escucharme hablar por lo bajo.

—Nada, nada —contesté quitándole importancia, no era momento de darle ese corte y más delante de la camarera.

—Bueno guapa, yo soy Mimi, ¡encantada! —dijo la chica en tono jovial. Y tras aquellas palabras, sin que lo esperara, se acercó a mí dejando la bandeja en la mesa, y me dio dos besos. Dos besos cordiales, de los que en realidad ni besas, sólo chocas las mejillas.

Era rubia, mediría un poco más que yo, y debajo del delantal blanco llevaba una camiseta roja.

"¿Ha dicho Mimi? ¿Qué nombre es ese? Me ha recordado al oso panda que me regalaron por un cumpleaños, al que bauticé como Mimo".

—Hola, soy Miriam, encantada.

—¡Coño, pero si somos tocayas! —exclamó.

—Tocayas y más o menos de la misma edad, así que este verano ya sois una más en el grupillo que os juntáis en la plaza, ¿por qué tú cuantos tienes Mimi?

OLD DAYS (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora