Salía del túnel de la rutina y llegaba el fin de semana. Las cosas con Pablo con el paso de los días, no habían mejorado. No era él, era yo.
Dormíamos en la misma cama noche tras noche, esquivé sus manos el miércoles, me hice la que estaba adormilada el jueves, y la cansada el viernes.Y el sábado...
Ay el sábado...
"El otro día bromeando con ella por whatssapp y ahora te vas a cenar a su casa, se te está yendo la olla Miriam".
"Te acabas de casar".
"Y Pablo creyendo que cenaré con mi madre y Lucía".
"No se lo merece".
"Pero es que me apetece tanto, verla y estar con ella un rato".
"Por nada del mundo puedo volver a mirarla diferente, somos dos antiguas amigas que han quedado para cenar, no hay más".
"Solucionamos la situación, cenamos, charlamos un rato y se acabó Mimi, hasta la despedida de Mireya".
Mi cabeza era una coctelera, estaba todo demasiado desordenado, era como una montaña de ropa limpia y por planchar, en la que era imposible distinguir ese vestido que querías ponerte por la noche.
—¿Y qué carallo me pongo para cenar? —dramatizaba, poniendo mi armario patas arriba, y entrando en un curioso estado de nerviosismo.
Finalmente, más de lo mismo: Pantalón negro, bralette negro, chaqueta fucsia y pelo ondulado. Me maquillé más de lo que lo hacía a diario y me puse zapatos altos, que tampoco eran habituales en mí.
Ocho minutos.
Mimi vivía a ocho minutos andando de mi casa.
Eso era peligroso, y el hecho de saber la dirección, aún más.
El bloque no era nuevo, pero estaba bien cuidado y tenía portero las veinticuatro horas.
Me aseguré que estaba en la planta y frente a la puerta correcta y tras respirar profundo un par de veces y expirar el aire, llamé al timbre.
Mi corazón bombardeaba con fuerza, pero yo me hacía la tonta.
—¡Se ha equivocado, no he pedido ninguna Barbie! —dijo nada más verme, volviendo a cerrarme la puerta en la cara.
—¡Qué tonta! —exclamé, soltando una risotada al escucharla. —Venga abre, anda.
Mimi era la mejor para romper el hielo en situaciones incómodas, así que por arte de magia, ya había convertido mi llegada en un momento algo más cómodo.
—Buenas —saludó sonriente, volviendo a abrir e indicándome con un gesto, que pasara.
—Hola —contesté sonriendo entre dientes y dudando si inclinarme o no hacia su rostro para darle dos besos.
Avancé con mi pie derecho haciendo el intento de acercarme, pero ella lo hizo con el izquierdo, quedándonos en el aire y terminando chocando nuestras mejillas en un movimiento algo brusco.
—¡Ay qué no nos coordinamos! —espetó con naturalidad.
Menos mal que a Mimi, esos momentos no le daban ninguna vergüenza, ni le producían tensión y se los tomaba a risa, porque yo ya me había puesto un poco más nerviosa de lo que venía de casa.
Nos dimos dos besos cordiales, ahora sí.
Llevaba un vestido negro de manga corta con una línea blanca lateral, estilo deportivo, pelo liso sin extensiones y labios rojos, muy sencilla tratándose de ella, pero igualmente guapa.