Despertarme envuelta en su cuerpo, fue sin duda lo mejor de aquel triste domingo de resaca postboda.
Abrí ligeramente los ojos tras escuchar la alarma y me pegué más a su rostro, posando mis labios en su mejilla, muy cerca de su boca, mientras la rodeaba agarrándome a su espalda, quería quedarme ahí, retener su olor, su tacto, su calidez... Y ella parecía hacer lo mismo con mi pelo, porque comenzó a acariciarlo despacio e inspiraba perdiéndose en él.
Estuvimos así unos minutos, pegadas, sin hablar, buscando desesperadamente el botón de pause, para dar un frenazo a la locura de separarnos.
—¿Estás ya recuperada de lo de ayer por la noche? Bueno mejor dicho, de lo de hace un rato —musitó rompiendo el silencio, mientras me quitaba un mechón de mi rostro y me lo colocaba detrás de mi oreja provocándome un cosquilleo.
Afirmé moviendo mi cabeza.
—Lo repetiría otra vez todo esta noche —dije en su oído.
—Jo Miriam, no me digas eso, que cancelo el concierto de mañana en Barcelona —me respondió, abrazándome contra su pecho con más fuerza.
Sonreí triste, y le di un beso en su pecho.
La insistencia de Inma tras la puerta, recordándole a su hija que tenía la maleta a medio hacer, nos obligó a levantarnos de una vez.
Me sentía aturdida, desubicada. Me pesaba el cuerpo del cansancio que acumulaba, me costó toneladas de esfuerzo, ponerme en pie y abrir por completo mis ojos ante la claridad del día. Creo que el cansancio que sopesaba mi cuerpo era tan intenso, que en parte, opacó la tristeza del momento, hasta me atrevería a decir, que me impedía pensar con normalidad, ya que, sólo quería volver a la cama, y continuar durmiendo con ella a mi lado.
—Intentaré ir el martes al aeropuerto a despedirte, ¿vale? —me decía, mientras metía ropas al azar en su maleta, a toda prisa.
—Y sino da igual, nos despedimos ya —contesté con desdén.
—Si me puedo escapar unas horas, yo quiero ir —insistía. —Y quiero que me llames cuando llegues y todo eso.
—Mimi, no sé si mantener el contacto estando separadas, nos ayude a estar bien... —insinué.
No quería vivir pendiente de si me había contestado al último mensaje, de lo que hacía ella en su día a día, o de en qué ciudad estaba esa noche, o con quién cantaba en cada concierto. Sabía que me iba a limitar demasiado a la hora de integrarme en un sitio nuevo, y podía desfocalizar mi atención de mis objetivos principales. Tenía muy claro, que lo mejor, era desligarme por completo, aunque doliese.
—Ya, yo también lo he estado pensando, quizás no nos ayude a... —titubeó, con la voz algo quebrantada —ya sabes, a que cada una...
—A que cada una, haga su vida —completé la frase.
—Pues eso —asintió. —Joder, es que duele, dicho así.
—Ya —Suspiré frotándome la frente.
—Pero, aunque no hablemos todos los días, para las cosas importantes, o de vez en cuando, puedes llamarme, no te lo tengo ni que decir, ¿verdad? —me comentaba agarrando mi mano.
Sonreí triste y respondí:
—Te digo lo mismo.
<<Mimi, el taxi está en la puerta>>
La voz de Inma procedente del salón era la señal que indicaba que el momento amargo de separarnos de nuevo, había llegado.
Cruzamos una mirada cargada de incertidumbre y miedo, nos fundimos en un abrazo apretado, y nos agarrábamos mutuamente nuestras caras, dándonos varios besos en nuestros labios, eran besos fuertes, prietos, cargados de emoción.