Me despierto. De golpe. Todas las ventanas están abiertas y la brisa cruza, suave el interior de la autocaravana como en un contoneo. Estoy destapada, pero no tengo frío, porque a mi lado el cuerpo de Mimi desprende un calor, que sólo se puede definir con la palabra delicioso, a pesar de que estemos en agosto.
Por la luz que entra calculo que ya serán más de las once. Intento cambiar de postura, pero Mimi no me lo permite, me tiene atrapada en ella. No cabe ni un ápice de oxígeno entre nosotras.
La contemplo, quedándome estática.
Ronronea emitiendo un extraño sonido ronco, y separándose un par de centímetros de mi rostro, abre los ojos.Me ve.
Me sonríe tímidamente, como si de un acto reflejo, se tratara.
Nos miramos en silencio.
Creo que mirar a alguien que te gusta en silencio, cerca, sin prisa, sin la incomodidad de estar calladas o de no estar haciendo nada más, es una de las mejores sensaciones del mundo, al menos, de mis favoritas.
Es cómo emprender un viaje y navegar por ella, por sus ojos, su piel, sus labios... además, no sólo es su rostro, sino navegar por todo lo que transmite, lo que desprende y a la vez, a esa sensación abismal le añadimos, el dejarte mirar por el otro, dejarte explorar, y que indaguen en ti.
¿Hay algo más íntimo que eso?
—¡Vengaaaaa! —la voz de Estrella, acompañada de enérgicas palmadas, haciendo una entrada triunfal en nuestra caravana, nos bajó en caída libre de ese abismo.
—Demasiado estaba tardando... —farfulló Mimi, resoplando.
Me reí.
Me hacía gracia la relación que tenían.
Me habría quedado una, dos o tres horas más, embobada mirándola, pero bueno, ese ratito había bastado para empezar el día con una imborrable sonrisa en mi cara.
—Los mejores días empiezan con café y unas buenas tostadas —me dijo Mimi, nada más sentarme a la mesa.
Mimi, los desayunos, el café, las tostadas...
Joder, vaya puñado de recuerdos colapsaban mi cabeza.
—¿Quieres que te prepare el desayuno cómo a ti te gusta, reina? —me preguntaba, mientras me ordenaba con sus dedos cariñosamente mis rizos, provocando que se me cerraran los ojos del gusto.
Afirmé moviendo mi cabeza y haciendo un puchero tierno.
—A Miri le gusta el café en vaso de cristal, cómo a su abuela —escuché que le decía a Inma, que parecía ser la encargada de la cafetera.
Un escalofrío gustoso, me recorrió tras esa frase.
—¡Venga Mimi, dos medias de jamón, para aquellas rubias! —bromeaba Estrella con su antigua empleada.
Mamen y Mireya estaban sentadas en la mesa junto a mí, esperando la siguiente tanda de tostadas.
—Nuestros mejores días empezaron así, con olor a café y sabor a jamón, tomate y aceite —le dije a Mimi, una vez que volvió para sentarse a mi lado, y estábamos untando el tomate.
—Te lo he dicho, que los días buenos comienzan así, es ley de vida —bromeaba guiñándome un ojo, antes de dar el primer bocado a su tostada.
—¿Ayer se alargó mucho la fiesta? —preguntaba Mireya, mirando a Mimi.
—¡Yo no la alargué! ¿Porqué me miras a mí? —se quejaba la rubia.
—Porque Natalia y Julia están aún fritas, bebísteis mucho, seguro —se justificaba la futura novia.