14. Maldición

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—Mimi, ¿está todo? ¡nos vamos ya! —decía uno de los chicos de mi equipo, mientras yo le contestaba con monosílabos.

Ya en la furgo, empecé a llorar con sigilo cuándo llevábamos una hora escasa de viaje, rompí, sin ningún motivo concreto, sólo el hecho de recordar por tercera vez el reencuentro con Miriam.

Al principio pude disimular, secando las lagrimitas en cuanto nacían en mis ojos, pero la cosa se complicó cuándo mi cabeza se empeñaba en mezclar el encuentro que había tenido lugar hace un rato, con recuerdos del pasado. Casi me ahogué en pucheros sordos y avergonzados, hasta que la mano de Mónica, una de mis bailarinas y amiga, cogió la mía, dejando sobre ella un pañuelo de papel y después me la apretó.

—Ei... —me dijo con un hilo de voz.

Sollocé.

—Llora tranquila, te he escuchado discutir, sé que ha sido un momento duro.

Y lo hice, me pasé todo el viaje llorando, lloraba por tantas cosas acumuladas que, cuándo paramos a tomar un café en un bar de carretera, y los primeros rayos de luz hacían acto de presencia, me sentía agotada y vacía. 

Mis ojos hinchados y mis labios salados por las lágrimas debían delatarme, pero seguro que Mónica había corrido la voz entre las chicas, y ninguna me insistió para hablar, hasta que me vieron capaz de hacerlo.

—¿Ya mejor Mimi? ¿Más relajada? —me preguntaba Mónica con preocupación.

—Sí, si me he quedao vacía.

—¿Quieres hablar?

—No sé Mónica, lo único que sé, es que llevaba esperando ese momento años, llevaba esperando años reecontrarme con ella, y no le he dicho ni la cuarta parte de cosas que quería decirle.

—¿Quién era esa chica? —cuestionó.

—Miriam, una tía de la que estuve muy encoñada.

—Lo suponía —agregó.

—Pero es que, había imaginado tantas veces ese reencuentro en mi cabeza, había pensado tanto cada frase, rollo, si ella me dice esto, le diría aquello...

—Es que esas cosas, nunca salen cómo las planeamos en nuestra cabeza, jefa —me decía, haciendo un puchero triste la morena.

Volvimos a la furgo, Mónica aprovechó para seguir hablando conmigo las dos horas que quedaban hasta llegar a Barcelona, y se acomodó en la parte trasera, a mi lado.

—Bueno, ahora que ya no te ahogas con tu propio llanto, ¿puedes contarme bien, quién es esa chica?

Verano, 2011.

Cómo ya sabes, soy de un pueblo pequeño de Graná, aprobé la ESO, a base de castigos y amenazas, porque odiaba estudiar y amaba bailar. La biología, el análisis morfológico de las frases de lengua o las funciones matemáticas no entraban en mis intereses. Me llamaba mucho más la atención la música, me encantaba cantar, descubrir nuevos grupos, conocer distintos estilos de baile... Además, como era, y soy, un culo inquieto, eso me servía como excusa, para estar todo el día en movimiento, de un lado para otro.

Como me negué en rotundidad a hacer bachiller, mis padres me obligaron a trabajar, ya que las cosas en mi casa se estaban poniendo muy difíciles. Las discusiones entre ellos eran continuas, además mi padre tenía problemas con el alcohol y a parte de gastarse todo lo que mi madre conseguía limpiando en algunas casas, él llegaba de madrugada, tambaleándose, dando voces y buscando gresca. La situación era insostenible, por lo que, una conocida del pueblo que tenía un bar, le hizo el favor a mi madre, de contratarme.

OLD DAYS (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora