51. Peligrómetro activado I - Cassie

211 61 21
                                    


Cassie - Philadelphia

Fábrica - Nov 18:00


Fue agradable conocer la noticia de que Nevi iba a comprar una nevera, y Byron, mantas. Y aprovechando la oportunidad le pedimos que compraran toallas para poder secarnos bien. Y aunque no lo demostraron, sé que agradecían que hubiéramos tenido la iniciativa de limpiar los vestuarios y la fábrica. Cuando regresaron de la compra, nos regalaron una botella de lejía y un estropajo a cada uno.

Y así llevamos cerca de tres horas, enjabonando y aclarando el estropajo en un cubo de agua fría, dejándonos las manos, frotando las sucias paredes de los pasillos y de los vestuarios. El olor de la lejía es fuerte, pero aún así es más agradable que el que emanaba de los desagües y la porquería pegada a las paredes. Micah, que es el más alto, se dedica a limpiar el techo subido a una escalera que rescatamos del sótano, mientras que Abel limpia los grifos y yo me encargo del suelo. Me he recogido el pelo en una coleta con una goma de pelo que me ha prestado Nevi, pero algunos pelos se me escapan y se me pegan a la cara. Me paso la muñeca por la frente, limpiándome el sudor. Resulta que sí que sudo. No pensaba que este tipo de actividad podría cansar tanto.

— Vale, ahí va otra. ¿Preparado, Abel? — digo, volviendo a recogerme un mechón detrás de la oreja por séptima u octava vez en lo que llevamos de tarde.

El niño asiente enérgicamente junto a la pared.

— Con tomate y lechuga en el plato suelo estar, puedo ser picante y a muchos hago llorar — recito. — ¿Qué soy?

Abel se detiene en su labor y se queda pensativo, mientras Micah le contempla desde lo alto. Para evitar trabajar en silencio —y para evadirme y no pensar en el dolor—, llevamos un buen rato diciendo adivinanzas. Bueno, lo cierto es que yo las planteo y Abel las resuelve, a veces con la ayuda de Micah. Y parece que el pequeño se divierte mucho, pues cada vez que le digo una nueva, se queda parado y noto como su mente trabaja a toda velocidad tratando de adivinar la respuesta y olvidándose de todo lo demás.

— La cebolla — responde, finalmente, al cabo de casi un minuto.

— ¡Muy bien! — lo felicito. — Cada vez las aciertas más rápido.

Abel sonríe contento, y parece que mi elogio no consigue hacerle sonrojar esta vez. Me pregunto si es porque está acostumbrándose o porque se está divirtiendo. Sea como sea, me alegra.

— Otra — me pide.

— Mmm... A ver, qué piense...

Sigo frotando el suelo, mientras le doy vueltas a la cabeza tratando de recordar más adivinanzas que me enseñaron en el orfanato. Ya casi las he dicho todas, y Abel ha logrado adivinar la mayoría él solo.

— Esta es más difícil — le advierto, al recordar otra. — ¿Te atreves?

El chico asiente enérgicamente.

— Aunque no es un hombre, lleva sombrero, y al cesar la lluvia, sale el primero — recito.

De nuevo, Abel se detiene y se queda pensando, y no puedo evitar sonreír como las otras veces que lo hace. Espero pacientemente a que lo piense. Vuelvo a introducir el estropajo en el agua jabonosa y sigo frotando. Al principio mis manos se quejaban por el frío, pero ya las tengo tan insensibilizadas que ni lo siento. Entonces, la respuesta de Abel viene antes de lo esperado.

— El champiñón.

Le miro, asombrada.

— ¡Eso es! ¿Cómo lo has averiguado tan rápido? — le pregunto, realmente impresionada e interesada.

El niño desvía la mirada.

— Antes solíamos recogerlos... — murmura.

Ladeo la cabeza. Supongo que se refiere a cuando vivía en ese sitio alejado de todo el mundo, cuando sus padres vivían. Noto que se ha puesto nostálgico, incluso algo triste, así que trato de animarlo.

— A nosotros a veces nos los ponían para comer en el orfanato, pero a mí no me gustaban.

Abel me mira extrañado, como si fuera algo realmente inusual. Me encojo de hombros.

— Me gustaban más los macarrones. Y la pizza.

Los ojos de Abel se abren como platos al escuchar la última palabra, y brillan. Creo que he descubierto una mina.

— ¿Te gusta la pizza? — le pregunto.

Abel vuelve a asentir.

— Más cosas que tenemos en común — digo, dándome cuenta de que son más de las que pensaba. — ¿Cuál es tu favorita?

— Jamón y queso — responde, pero luego una arruga asoma a su frente y mira hacia lo alto, a su hermano. — ¿Hay más de un tipo de pizza, Micah? — pregunta.

Aprieto los labios. ¿No ha probado más que la pizza de jamón y queso? Eso me entristece un poco, y me anoto mentalmente que algún día debemos ir a una buena pizzería a probar más tipos.

— Eso parece — responde Micah.

— Existen un montón — intervengo. — Mira, está la barbacoa, que lleva carne y maíz, y una salsa super rica. Y la de peperonni. Es una especie de embutido picante — le voy contando, al tiempo que sigo limpiando, y Abel sigue limpiando el grifo distraídamente, seguramente fantaseando con todo lo que le voy contando. — Y la carbonara, aunque yo esa no la he probado porque lleva champiñones. Seguro que esa te encanta. También está la vegetariana, que solo lleva verduras. Y la de cuatro ques...

Me callo de golpe. Lo vuelvo a sentir. No es el dolor. Es el peligro.

Noto cómo se me acelera el pulso y se me hace un nudo en el pecho, cómo se me entrecorta la respiración y se me abren los ojos. Lo primero que miro es a Micah, gritando su nombre, pensando que va a caerse de la escalera. Pero este me mira extrañado y algo inquieto, perfectamente sujeto, y la escalera sigue en la misma posición, sin indicios de desmoronarse.

— ¿Cassie? — se extraña, contemplándome, igual que Abel.

No respondo y trago saliva, tratando de calmarme para ver de dónde viene el peligro. No viene de aquí dentro. Viene de... arriba.

— Caleb... — murmuro.

Sin decir nada más, dejo caer el estropajo al suelo, me levanto y salgo corriendo de los vestuarios a toda prisa.

— ¡Byron! — lo llamo a gritos, mientras recorro los pasillos al galope. Noto cómo los hermanos me siguen, pero no puedo esperarlos. — ¡Byron!

Cuando llego a la sala principal, lo veo viniendo hacia mí, seguramente alertado por mis gritos. Detrás de él viene Keeper, corriendo, también preocupado.

— ¡Cassie! ¿Qué ocurre? — pregunta Byron, alarmado.

— ¡Siento peligro! Viene de arriba — le informo, con voz temblorosa por los jadeos. — Creo que puede ser Caleb...

Sin decir nada, Byron echa a correr hacia las escaleras que llevan al piso de arriba, seguido de Keeper. Me dispongo a seguirlo, pero él lo nota y se da la vuelta.

— Quédate aquí — me ordena.

Y sale disparado hacia el piso de arriba.

Me debato entre seguirle o hacerle caso, pero finalmente decido obedecerle. Si Caleb se ha transformado, no creo que sea buena idea que esté cerca. Si me matase a mí, seguramente se sintiera muy mal. Y no sé qué haría Byron con él. Sacudo la cabeza y aprieto los labios. No quiero pensar en eso. Cierro los ojos con fuerza y trato de identificar mejor de dónde viene el peligro, si es grande o pequeño, si se mueve...

Entonces me doy cuenta de algo: de que, efectivamente, se mueve. Antes venía de arriba, pero ahora viene de... afuera.

HUNTERS ~ vol.1 | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora