22. A la mañana siguiente... - Caleb

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Caleb - Aberdeen (Maryland)

Colina junto al bosque – Nov, 7:00


Algo me despierta. Creo que es la luz del amanecer, que se filtra por mis párpados cerrados. La cabeza me da vueltas, igual que si tuviera una resaca horrible. Un olor extraño se me cuela por la nariz, como a óxido con un punto de podredumbre. Abro los ojos despacio y me llevo una mano a la cabeza, tratando de calmar el incesante dolor. Cuando por fin soy capaz de enfocar algo, siento cómo se me detiene el corazón.

Sigo en el coche de mi padre, sentado en el asiento del conductor, pero todo el interior está lleno de sangre. Las ventanillas, algunas rajadas y otras medio rotas, están salpicadas de rojo. La luna tiene un golpe en forma de estrella del que parten miles de rajas con una mancha de sangre que enseguida me hace pensar que alguien se haya golpeado la cabeza contra él. El volante, el salpicadero... Todo está lleno de sangre. Sangre y arañazos. Y, en el asiento del copiloto, no hay nadie.

No hay nadie... de una pieza. Con horror, observo lo que parecen trozos de cuerpo: una mano, un pie, y cientos de vísceras asquerosas y palpitantes cuyo olor me marea y me produce arcadas. No... No puede ser... En la alfombrilla, bajo la guantera del coche, con una expresión de terror en el rostro, los ojos abiertos de par en par, la piel blanca como el mármol, marcas de arañazos en las mejillas y totalmente cubierta de sangre está la cabeza cercenada de Chelsea.

Automáticamente, busco la manilla de la puerta a toda velocidad sin apartar la vista de su cuerpo mutilado, pero la puerta no se abre. Enseguida pienso que es el seguro, así que lo desbloqueo, acciono la manilla y salgo del coche lo más rápido que puedo. Me alejo varios metros agitado por cientos de espasmos pero no puedo dejar de mirarlo. ¿Qué demonios ha pasado? ¿Quién ha podido hacer algo así? El olor de la sangre y de la carne desmembrada me sigue entrando por la nariz,  las imágenes del interior del coche se me clavan en la mente, y no puedo evitar doblarme sobre mí mismo y vomitar.

Me limpio la boca con el antebrazo y entonces me doy cuenta de que yo también estoy manchado de sangre. Mis vaqueros, mi camiseta y mi sudadera están empapados. Miro otra vez al coche. No tiene sentido. Quien fuera que le hiciera eso a Chelsea, podría habérmelo hecho a mí también. Intento acordarme de todo lo que ocurrió anoche: recuerdo la escapada con Chelsea, los besos, los ruidos en el bosque, la criatura saltándome encima y yo corriendo por mi vida. Después, los recuerdos están borrosos. Recuerdo sentir calor y agobio, y recuerdo la cara de Chelsea, sonriéndome. Y también sus latidos. Voy colocando las piezas en mi rompecabezas mental al tiempo que me voy acercando al coche muy despacio y con el miedo aún latente. Por fuera, está prácticamente igual. No hay marcas de golpes ni de arañazos, ni sangre. El ataque, la muerte, vino del interior. Pero en el interior solo estábamos Chelsea y yo, y los seguros estaban echados.

Entonces, como un gancho de derecha, la verdad me golpea con la fuerza de una estampida: he sido yo.

Noto un fuerte mareo y vuelven las ganas de vomitar. Es imposible, inimaginable, la parte racional de mi cabeza se niega a creerlo, pero no encuentro otra explicación. Estoy vivo, lleno de sangre, me he despertado dentro del coche, los seguros estaban echados y Chelsea está muerta. ¿Qué demonios ha pasado? ¿Qué he hecho? ¿Cómo lo he hecho? Es imposible. Me llevo las manos a la cabeza y grito con todas mis fuerzas.

No sé qué hacer, no sé a quién acudir. ¿Me he vuelto loco? ¿Acaso soy esquizofrénico y no lo sabía? ¿Puede ser que me hubieran drogado y no lo recuerde? Aun así, nada de eso justifica lo que le he hecho a Chelsea. Y, lo peor, es que no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es el mordisco en el cuello. Tal vez eso me provocara fiebre y delirios, o me envenenara y me hiciera ver cosas que no son. Me miro en el reflejo del retrovisor izquierdo, pero la herida ha desaparecido. Es imposible que una herida tan profunda como esa haya cicatrizado en una sola noche, sobre todo cuando no la he tratado. Nada tiene sentido.

Vuelvo a asomarme dentro del coche. El olor es asqueroso. Noto un par de nauseas y me llevo la mano a la nariz para tratar de bloquearlo. Entonces distingo el móvil de Chelsea junto a la palanca de cambios. Alargo el brazo, lo cojo y cierro la puerta para evitar que el olor salga. El móvil está manchado de sangre, pero rezo porque aún funcione. Cuando le doy al botón de desbloquear, la pantalla se ilumina mostrándome un cuadro de números, pidiéndome el código de desbloqueo. Limpio la pantalla como puedo con mis temblorosas manos también llenas de sangre y trato de pensar en qué código pudiera tener ella. Pruebo con su cumpleaños, pero no lo consigo. No estoy muy seguro de que haya acertado con la fecha, pero estoy tan nervioso y tan asustado que no puedo concentrarme en recordarla con claridad. Pruebo con mi propia fecha de cumpleaños, pero tampoco. Lo intento de nuevo con su código de la taquilla del instituto, pero fallo.

— ¡Mierda! — exclamo.

Siento ganas de llorar. Me estrujo el cerebro tratando de pensar más posibles contraseñas. Pongo la del día que empezamos las clases, pero tampoco. Pongo su edad dos veces, tampoco. Ojalá me hubiera esforzado en saber más de ella, cosas como el cumpleaños de sus padres o el de su gato. Me juego la última carta poniendo la fecha del día que nos besamos por primera vez. Para mi alegría, el cuadro de números desaparece y cede el lugar a su escritorio.

Tiene varios WhatsApp y cinco llamadas perdidas de su padre. Hago caso omiso y marco el número del mío, pero justo cuando voy a darle al botón de llamar, el móvil empieza a vibrar. "Papá llamando". Jadeo. No sé si debería contestar. Es el padre de Chelsea y el jefe de policía. Si le digo lo ocurrido, me matará.

Entonces comprendo algo que había pasado por alto hasta ahora. He matado a Chelsea. He sido yo. Eso significa que soy un asesino. Soy un asesino, y si la policía lo descubre, me encarcelarán. O me condenarán a muerte. No puedo avisar a nadie. No puedo volver a casa.

Dejo caer el teléfono al suelo. El corazón me late tan fuerte que casi me ahoga. Noto las palpitaciones que me recorren todo el cuerpo, las lágrimas brotando de mis ojos, el olor de la sangre de Chelsea en mi ropa que me inunda las fosas nasales y la cabeza que me da vueltas cuando lo asimilo todo.

Y echo a llorar y a correr, lo más rápido que puedo, lejos del coche y lejos de todo. 

HUNTERS ~ vol.1 | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora