Capítulo 12: La chica de cabello de fuego

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Sarah Cooper

Después de limpiar la sangre de las fotografías, no pude evitar acariciar cada una de ellas, teniendo en mi mente aquella aterradora palabra.

Asesina...

Escrita con sangre, de manera salvaje y con el único propósito de herirme, lo cual había causado exitosamente. Puedo verla todavía, a la vez que miro el rostro de cada uno de mis amigos en las fotos.

¿Es una amenaza? ¿Alguien quiere matar a mi familia? ¿A cambio de qué? ¿Qué es lo que esta persona quiere de mí?

Eran tantas las interrogantes, pero ninguna se disiparía hasta que no hayara alguna pista, así que no me lo pensé mucho en aceptar cuando Dalia se ofreció a limpiar la pared por mí. Le agradecí enormemente, pues además de que necesitaba con urgencia salir de aquí, entre más rápido llegáramos al hospital y encontráramos a Zack Breyner, más pronto descubriríamos si su secuestro tiene algo que ver con esto, o si sólo perdemos el tiempo y debemos seguir buscando.

James nos dio instrucciones específicas acerca de mantenernos en contacto y llamarlo con cualquier señal de peligro o de alguna criatura misteriosa. Noté que Rihanna no se quedó para nada tranquila con el hecho de que Alex y yo fueramos a la ciudad solos, pero ninguno de los dos permitiría que salieran con nosotros. No arriesgariamos a nadie más.

Desde el estacionamiento del hospital pude sentir el aroma a sangre de variados tipos y personas. Niños y adultos internados y en emergencias, personas en la sala de espera, aguardando por noticias sobre sus seres queridos, tres mujeres dando a luz y doctores comiendo, trabajando y conversando.

—Sólo le haremos unas preguntas—dice Alex, cerrando la puerta de su lado—. No podemos estar fuera de casa mucho tiempo.

Asiento un par de veces con la cabeza y él me toma de la mano para avanzar sobre el asfalto. Entramos al hospital, escuchando la voz de la recepcionista por el altavoz, un hombre de la tercera edad siendo llevado en silla de ruedas hacia su familia que lo espera con lágrimas emotivas.

—Buenos días—habla Alex, dirigiendose a la recepcionista.

La mujer de unos treinta años, deja su galleta de chocolate a medio comer cuando sus ojos dan con el chico junto a mí. Su lengua tiembla sobre la galleta, al igual que sus labios y la mano que le sostiene el aperitivo.

Arqueo una ceja, y me recuerdo mentalmente que yo ya debería estar acostumbrada a este tipo de reacciones.

Después de largos segundos de estarse quieta como una piedra, la mujer al fin parece regresar al planeta Tierra cuando carraspea exageradamente y deja la galleta sobre su escritorio para sacudirse las manos y acomodarse sus gafas.

—Buenos días, ¿En qué puedo ayudarles?—pregunta amablemente, dirigiéndome una mirada cisañosa.

¿Por qué cuando vengo con Alex tengo que ser odiada por todas las chicas con las que nos topamos?

—Venimos a visitar a Zack Breyner, fue internado aquí ayer en la tarde.

—¿Son familiares?

—Somos sus hijos—le dedico la sonrisa más amable de todas.

La mujer, de un hermoso cabello negro y una bonita piel morena, nos examina, deteniéndose más tiempo en Alex, pero al final parece no importarle mucho, ya que pone los ojos en blanco y resopla para después teclear algo en su computadora.

Espero pacientemente cuando mis ojos dan con una foto en el escritorio tras ella, en ella aparece la mujer recepcionista abrazando a una chica, alta y esbelta, tal vez un poco más joven que yo, ambas muy parecidas, seguramente su hija. De pronto me encuentro sonriendo, recordando tener una foto parecida en casa de mi tía Sandra, en la que aparecemos ella, Monique y yo en un día de picnic hace muchos años.

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