Capítulo Uno: Escoba

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Todo estaba oscuro.

Y hacía frío.

Mucho frío. 

Me abracé como pude a mí mismo, tratando de aportarme algo de calor. Mi aliento salió en forma de vaho, y mis dientes castañeteaban.

No sabía dónde me encontraba. Todo se hallaba oscuro a mi alrededor, y cada vez que daba un paso, nieve crujía bajo mis pies. Llevaba puesto el pijama e iba descalzo. Notaba copos blancos cayendo sobre mi cabeza.

Y un aliento frío en mi oreja:

Aaaaaalbus.

Me giré de golpe.

No había nadie.

Albus Potter—sentí una caricia en la nuca.

Di un brinco.

Pero allí se entreveía ni un alma. Absolutamente.

Y, a pesar de ello, por encima de los latidos de mi corazón, escuchaba la delicada respiración de alguien sobre mí. Una presencia, una sombra, perseguía mi espalda.

Escuché el correr de alguien sobre la nieve. Ésta crujía, igual que ramas partiéndose, cada vez más cercanas de mí.

Albuuuuuuus...—una risa acompañó a mi nombre en dicha ocasión.

¿Qué estaba pasando?

¿Dónde estaba?

—¿Quién eres?—grité. Notaba los labios morados del frío, y mi cuerpo temblaba cada vez más.

Una nueva risa.

No era de hombre.

Ni tampoco de mujer.

Si yo tuviera que adivinar, diría que venía de las mismísimas profundidades del jodido infierno.

Albus, mi niño, ¿lo has traído?

—¿Qué quieres que te traiga?—le grité a la nada oscura y fría.—¿De qué estás hablando?

El silencio me cubrió.

Y una voz, helada como la misma nieve, cuchicheó contra la piel de mi oído:

Tráemelo.

Al volverme, de la oscuridad salió un ser enorme, negro y emplumado que me derribó, abriendo su pico en mi dirección. Aplastado por su peso, caí de espaldas a la nieve. La capa helada del suelo se rompió y yo me precipité al agua helada. Moví las manos intentando nadar a la superficie, pero algo me arrastraba hacia el fondo. La risa se volvió la única certeza a mi alrededor.

Risa y frío.

Y oscuridad.

Y miedo.

Albus. Albus. Albus. Albus. Albus. Albus. Albus...

—¡Albus!

Boqueé, agitando los brazos por un poco de aire. 

—Albus, ¿estás bien?

Vi a Scorpius mirándome con cara preocupada. Detrás de él se situaban Sean y Shawn, los otros dos chicos Slytherin de nuestra edad.

En aquel momento me di cuenta de que yo seguía en mi cama de Hogwarts, cubierto por mantas hasta la barbilla. Las cortinas no estaban corridas, y las primeras luces del día entraban por la ventana del dormitorio. 

—Sí—me pasé la mano por la frente sudada, sentándome en el colchón.—Sólo ha sido una pesadilla.

—Potter, intenta soñar más bajo entonces—Sean se columpió por el barrote de su cama, volviendo de rodillas hasta su almohada.—Queda una hora para el desayuno todavía.

ME LLAMAN AL (a Hogwarts story II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora