Capítulo Cuarenta y Tres: Ángel

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Rose's pov:

Me eché a reír.

—Estáis fatal de la cabeza—comenté entre carcajada y carcajada.

Pero luego, al limpiarme las lágrimas de los ojos, vi que los tres chicos me miraban con caras neutrales.

—Joder—comprendí, echándome hacia atrás en la silla.—Que lo decíais en serio.

—Sé que suena a locura—Malfoy se sentó en la silla a mi lado, hablándome directamente a mí—, a una auténtica locura...

—No, suena a cuento de Beedle el Bardo—alcé las cejas.

No podía creer que estábamos considerando que a Albus le estaba hablando la... ¿Muerte? Hasta decirlo sonaba ridículo.

—La muerte es un estado, no una persona—recalqué muy despacio; sentía que estaba explicando conjuros avanzados... a un puñado de críos.—Y, aunque fuese esa extraña figura, ¿por qué perdería el tiempo hablándole a un chaval de quince años? Te quiero, Al—le aseguré a mi primo, sentado frente a mí—pero, ¿no se llevaría ella misma a la persona que quisiese?

—No necesariamente—ladeó la cabeza Malfoy.

Bufé, irritada.

Odiaba que me explicaran cosas. Odiaba no saberlo todo.

Y, en ese momento, Malfoy parecía creerse que podía hacer de profesor supranatural.

—Escucha, Rose—volvió a llamarme, arqueando sus cejas y señalándome con su mano sana.—Antes has mencionado a Beedle el Bardo. ¿Recuerdas lo que pasaba en el cuento?

Me pasé la lengua por los labios y sostuve su mirada, sin contestar.

No pensaba dejarme llevar porque aquella especie de paranoia.

Los ojos de Malfoy eran de un azul mucho más oscuro que los míos en aquel momento. Y tenían algunas motas de amarillo.

—La Muerte no se llevaba simplemente a los tres hermanos—intentó razonar él, dando golpecitos en la madera de la mesa.—Ella preparaba los escenarios para que los otros se muriesen. Le encargaba a otras personas, de manera literal, que los mataran.

—Como está haciendo ahora con Malvavisco—terminó Theo Voderikavov.

Volví la cara en su dirección y fruncí el ceño.

Tenía un montón de pensamientos negativos hacia Theo Voderikavov en aquel momento.

¿Por qué? Porque había sido expulsado de su colegio y encarcelado en Azkaban, así que estaba bastante segura de que no había sido por buena conducta.

Si no fuese por Al, ahora mismo me dirigiría a la oficina del tío Percy para avisar que, si no encerraban a aquel loco y lo sacaban del colegio, me chivaría a los periódicos.

Al... ¿Qué puñetas se traía con aquel búlgaro?

Miré a mi primo, mordiéndome el labio.

Cruzamos una mirada.

Nunca puedo estar segura de qué está pensando Al. El maldito es un experto en ocultar sus emociones.

Así que estoy intentando aprender a leerlo de otras formas.

Fijándome, por ejemplo, en sus uñas destrozadas, su pálido semblante y ese tic de su rodilla que le hacía no ser capaz de dejar de mover la pierna.

—Dime que no estás considerando todo esto—supliqué.

De los que estábamos allí, Albus era el único al que me sentía verdaderamente unida.

ME LLAMAN AL (a Hogwarts story II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora