Capítulo Treinta y Seis: Oscar

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—Aquí tienes, Potter—Francis me tendió una bolsa de hielo.

Lo miré con cara de desagrado.

Pero acabé por tomarla, porque me ardía la nariz.

Al colocar el hielo contra las fosas nasales, me detuve a pensar lo mucho que se había torcido mi vida si ahora el idiota de Francis tenía que socorrerme.

Según me había explicado, la casa frente a la que había recibido mi paliza era la de su abuela.

En cuyos escalones de la entrada estaba sentado ahora.

—Has tenido suerte de que tuviese que salir a por pan para la yaya—comentó Francis, dejándose caer a mi lado.—Pero tú no te ralles, Potter. Mi hermano mayor tenía un amigo gay e igual se llevó palizas porque todo el mundo pensaba que él lo era también.

Levanté la bolsa de hielo y giré la cara para mirar al otro.

—¿Sabes?, que te follen, Francis—y le tiré el hielo.

Éste aterrizó en el regazo del otro, que me miró con cara de no entender nada.

—Te recuerdo que tú fuiste el primero en reírte cuando Theo me insultó delante de toda la escuela—me puse de pie.—Y que te has burlado de mí desde el primer curso en Hogwarts. Así que aquí te quedas, cabronazo.

Cumpliendo con mis palabras, bajé como pude las escaleras del porche y crucé la valla de madera.

—¡Eh, Potter!—el inútil de Francis me gritó de la distancia:—¡Al menos llévate el hielo!

Abrí mucho los brazos y, sin volverme, contesté:

—¡Mira a tu alrededor! ¡Si quiero hielo, cogeré un puñado de nieve del suelo!—continué caminando.

Jamás hubiese podido creer que le había contestado así a Francis, uno de los mayores bullies que había tenido que soportar.

El Albus de once años que lloraba por las noches por su culpa hubiese dado botes de alegría.

Pero, juzgando las circunstancias, tampoco tenía tanto mérito.

Quiero decir, había sido pateado como un centenar de veces.

Ni siquiera estaba seguro de que no tuviese algún trastorno en la cabeza.

Por suerte, a mis ojos no les había pasado nada, así que podía ver el camino de vuelta a casa.

No obstante, mi nariz ardía en mitad de mi rostro.

Además, debía andar encorvado por culpa de la espalda, en la que notaba millones de puntos de dolor.

"Putos muggles de mierda", repetí para mis adentros durante los diez minutos que me llevó llegar a casa.

Aunque lo peor fue cuando me presenté en Grimmauld Place.

Estuve detenido en la acera por al menos otro par de minutos.

James ya había llevado a casa un par de narices rotas, pero ésta era mi primera vez.

—Aquí vamos—suspiré, dando tres golpes a la madera de la puerta, una vez el número 12 terminó de aparecer entre el resto de casas.

Esperé que mamá o Lily me abriesen la puerta.

Pero fue la cara de un niño bajito con un montón de rizos castaños lo primero que vi cuando la puerta se abrió.

—Esto es una novedad—levantó las cejas el niño.

ME LLAMAN AL (a Hogwarts story II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora