Capítulo Cincuenta y Cinco: Vladimir

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 —Soltadlos—pronuncié sin vacilar.

Hubo un chasquido cuando uno de los mortífagos se adelantó hacia mí.

Apunté a Rodolphus Lestrange y él abrió los brazos.

—¿Qué vas a hacer si no?—hablaba desde el fondo de su garganta con una voz seca, áspera.—¿Te vas a chivar a papaíto?

Algunos mortífagos rieron.

Vi cómo Lestrange se relamía unos dientes podridos y sucios.

No me tomaban en serio; sólo era un crío de quince años.

Y necesitaba que lo hicieran.

Alcé la barbilla.

—Destruiré la piedra—hablé, bloqueando todas las ondas de miedo que mi cerebro me estaba mandando. No había tiempo para eso.—Delphini nunca le pondrá las manos encima.

—Oh, ¿en serio?—continuó burlándose Lestrange.

Ladeé la cabeza y me permití sonreír mientras clavaba mis ojos en ellos y les dedicaba la mirada que, de acuerdo a mi hermana, "pone los pelos de punta".

—Ponme a prueba—fue lo único que dije.

Me llenó de satisfacción ver que Rodolphus Lestrange perdía parte de la sonrisa.

El mortífago miró a un lado y al otro hacia sus compañeros y se relamió otra vez, intentando pensar.

Eso era.

Sabía perfectamente lo importante que era la Piedra de la Resurrección. El plan entero de Delphini se basaba en ella.

No podían arriesgarse a perderla.

Pero entonces alguien pasó un enorme y grueso brazo por mi cuello, pegándome a un cuerpo que más bien parecía un montón de piedra.

Jadeé. Me apretaban con tanta fuerza que sentí que me ahogaba.

Noté la punta de una varita en mi cuello.

—¿Por qué no aprendemos de nuestros errores?—habló mi captor con un acento fuerte, del norte, que recalcaba las "erres".—Si queremos cazar una manada de lobos, siempre tenemos que ir primero a por el más fuerte.

Tragué saliva de forma dificultosa.

Un aliento como a pescado podrido me rozó la cara.

—¿Por qué no dejas de hacer el tonto y sueltas esa varita, eh?—sentí que me ahogaba un poco más cuando mi captor ejerció mayor presión en mi garganta.—¿O tengo que desmembrar a los tuyos uno a uno?

Apreté los dientes con fuerza, pero abrí la mano y la Varita de Saúco cayó con un golpe seco a la hierba.

Una risa que más bien parecía el eco de una antigua cueva resonó en mi oído.

Intenté apartar la cabeza con asco.

¡Fulgari!

Noté cómo algo se me enrollaba en el cuello, deslizándose hasta mis dos extremidades. 

Un tirón, dos, tres...

El hombre que me sujetaba soltó su agarre, que ya no le hacía falta para mantenerme quieto.

Tres cuerdas sujetas a los árboles cercanos me inmovilizaban ahora brazos y cabeza.

—Bien—Vladimir Dragov abrió los brazos en el espacio que me separaba a mí de los mortífagos.—Y decidme, ¿era eso tan difícil?

ME LLAMAN AL (a Hogwarts story II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora