Capítulo Treinta y Ocho: Homófobo

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—¡Ni siquiera sé lo que haces aquí, mortífago homófobo!—chillaba mi prima, convirtiendo a su tono de voz en una octava más agudo.—¿¡Es que se te han acabado las iglesias que quemar y los niñitos que aterrorizar!?

—No soy un homófobo, ¡ni tampoco un mortífago!—añadía Theo con su voz grave.—¡Y sólo quemé una iglesia una vez por accidente!

Guau. Nunca antes lo había escuchado gritar.

Rose debía de haberlo cabreado mucho.

—¡Además, Malvavisco me ha dicho que quería hablar conmigo!

—¡Eso es imposible! ¡Porque estoy bien segura de que la persona con la que Albus quería hablar era yo! ¡Así que di de una vez la razón por la que estás aquí! ¡Y mucha cautela si vas a mentir!

—¡Otra vez con vuestras palabras raras de narices!—de verdad que Theo sonaba desquiciado... casi tanto como Rose. Casi.—¡Que no sé lo que significa "cautela"! ¡Hablad bien, como las personas normales!

—¿Qué tal si nos calmamos todos un poco?—escuché entonces sugerir a Scorpius.—Vamos a respirar juntos, a sentarnos... Rose, si fueses tan amable de bajar la varita... Theo... deja ese cenicero en paz, por favor...

—¡Cállate, Malfoy!—chilló Rose.

Ahí fue cuando me decidí a entrar en la clase.

Los tres se volvieron a la vez hacia mí, expresando una emoción distinta: alivio para Scorpius, irritación para Rose, y para Theo...

Honestamente, no sé lo que pensaba Theo.

Que le comiese la boca de vez en cuando no quería decir que me hubiese vuelto oclumántico.

Todos empezaron a hablar a la vez:

—¡Al, dile a estos dos idiotas que se larguen ahora mismo!—exclamaba Rose, con toda la cara contraída y roja.

—¿A quién estás llamando idiota?—Theo volvió a levantar un pesado cenicero de cristal por encima de su cabeza con gesto amenazador.

—¡Theo, baja ese cenicero!—desesperado, Scorpius tiró de la manga del búlgaro.—¡Seguro que Rose se ha referido a nosotros como "idiotas" de forma metáforica!

—¡Claro que no!—le respondió Rose, volviéndose hacia ellos con los puños cerrados.—¡Os he llamado idiotas porque sois idiotas!

Mi prima tenía la varita en la mano, y Theo se movió para buscar la suya.

Quizá alguien podría pensar que toda aquella situación era, de alguna forma, culpa mía.

Al fin y al cabo, yo era el que le había dicho a cada uno individualmente que nos viésemos en el aula de Encantamientos después de la cena... sin comentar que los demás también estaban invitados.

Pero si le hubiese dicho a Scorpius que Rose vendría, quizá mi amigo se hubiera deprimido.

Y, si mi prima hubiese sabido que tanto Theo como Scorpius entraban en el pack, me hubiese lanzado un maleficio.

Yo no había convertido a ninguno en los perros descontrolados que eran; eso ya lo traían ellos de fábrica.

Así que no, aquella situación no era culpa mía.

Con las manos en los bolsillos, caminé silbando por debajo de los gritos hasta situarme al lado de la tribuna donde solía alzarse Flitwick.

Saqué la Piedra de la Resurrección de uno de mis bolsillos y la dejé en la tribuna.

Para después apoyarme en una de las mesas cercanas.

Como por obra de algún conjuro, de repente mi silbido se escuchó.

ME LLAMAN AL (a Hogwarts story II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora