Capítulo Cuarenta y Nueve: Scorpius

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Pascua llegó.

Y, como todas las cosas que me dan miedo, lo hizo antes de lo que hubiese querido.

No volví a acercarme a Rose, a Theo o a Scorpius.

Como tampoco ellos intentaron hablar conmigo.

Pasé las dos semanas previas a las vacaciones sólo.

Me sentaba en un rincón en las clases, no entablaba ninguna conversación con nadie por los pasillos, y me acostumbré a cenar en las cocinas de Hogwarts junto a los elfos domésticos.

La mayor parte del tiempo me la pasé en la zona más oscura de la Sección Prohibida.

Se suponía que yo no podría ir allí hasta el curso que viene, pero nadie se atrevía a acercarse a aquellos libros, por lo que ningún prefecto me pilló.

Aunque no todo fue malo: mis notas nunca habían sido mejores en toda mi vida. Además, tuve tiempo para pensar y pensar.

La Muerte, por ejemplo. Reflexioné bastante tiempo sobre la Muerte.

¿Y sabéis lo que descubrí?

Que la Muerte es una zorra desagradecida.

Que si haz esto, que si haz lo otro. "Oh, mírame, soy la Muerte. Puedo ponerme la cara de tu abuela si quiero. Anda, mira cómo me paseo por tus sueños y te ordeno matar personas. ¿No es genial? Soy la Muerte y bla, bla, bla".

Pero lo peor de pensar en la Muerte fue que acabé entendiendo por qué hay personas que la desean con tanta fuerza que acaban consigo mismos. Nunca quise entenderlos, pero lo hice.

Yo no pienso en suicidarme porque creo que sea lo más fácil, o porque confíe en que habrá algo mejor más allá.

Yo pienso en suicidarme porque hay tanto dolor a mi alrededor que lo único que necesito es que éste desaparezca.

Y me imagino ese instante, en el que note cómo la vida se me va, y cómo el dolor fluye con ella, y todo mi cuerpo se estremece de alivio.

Nunca quise entenderlo, nunca.

Pero lo hice.

Lo hago.

Pascua llegó, sí... y con ella, también lo hicieron los chillos de mi madre.

—¡Merlín santo, Albus!—puso el grito al cielo Ginevra Potter nada más verme. Recuerdo que me tomó por la barbilla para examinarme.—Estás enfermo, ¿verdad? ¿Por qué no me has dicho nada?

"No, mamá. No estoy enfermo, y aún así me voy a morir", hubiese sido lo más honesto decirle.

Pero simplemente me callé y dejé que siguiese gritando antes de encerrarme en mi habitación con la decisión de no salir para nada más que ir al baño.

Las vacaciones de Pascua apenas duraban diez días, y los primeros dos pasaron con mucha calma.

Le seguí la corriente a mi madre, y así conseguí que mi familia al completo me dejase en paz.

Pero, al tercer día, justo cuando estaba tumbado mirando al techo y preguntándome algo totalmente aleatorio, como por qué cuando nos duchamos nuestros dedos se arrugan tanto, un extraño murmullo me llegó del pasillo.

Sentándome en la cama, fruncí el ceño.

Me levanté dispuesto a averiguar qué era aquello, pero me entretuve un poco cuando mis ojos se cruzaron con mi reflejo en la ventana.

Nunca me ha gustado mirarme mucho al espejo, pero aquella vez sentí verdaderas arcadas con la visión.

Como siempre, mamá había tenido razón. Parecía enfermo.

ME LLAMAN AL (a Hogwarts story II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora