Capítulo Treinta y Tres: Reto

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—Vas a morir en un hospital, rodeado de desconocidos y con la única compañía de tus remordimientos por las malas decisiones que has tomado en tu vida.

Sin dejar de caminar a mi lado, Theo giró para mirarme, no sin cierta sorpresa en su cara poco inexpresiva.

—Gracias, Malvavisco—masculló como pudo, pues el cigarro que colgaba de sus labios le dificultaba el habla.—Yo también te aprecio.

Agaché la cabeza al ver que no me había expresado bien.

Yo sólo quería advertirlo de que las consecuencias de sus malos hábitos de fumador.

¿No es eso algo bueno? ¿Lo que muestra a la gente que te importa de verdad? ¿El interés por ellos?

Dijese lo que dijese Scorpius, esto de interactuar con los otros y ponerse en su lugar era un rollo.

Y un rollo difícil, además.

—De nada—dije al final, con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha.

Llevaba en esa postura los diez minutos que habíamos estado caminando, puesto que de esa forma podía fijarme en la nieve de la acera y hacer como que Theo no estaba allí.

¿A quién quería engañar?

Era imposible ignorarlo.

Quiero decir, físicamente imposible.

Aunque no lo mirase, mi cuerpo estaba tenso, y cada uno de mis sentidos parecían activos y alerta a la enésima potencia.

Una señora mayor pasó por el medio de los dos. Iba acompañada de un pequeño perrito blanco, y ni nos pidió permiso para separarnos... porque no lo necesitaba.

Había un espacio de al menos medio metro de ancho entre Theo y yo.

Hasta mi hermana Lily podría haber cabido en ese hueco sin problemas.

Pero así mejor.

Con aquella distancia de por medio, nadie hubiese pensado otra cosa del búlgaro y de mí que no fuese una relación cordial. Colegas. Bros, como James llamaba a sus amigos.

Aunque, bien mirado, ni en un millar de años podría considerar a Theo "amigo". Era demasiado siniestro.

La nieve crujía con cada paso, pero detecté un pequeño bufido divertido a mi derecha.

No le presté atención. Eso era lo que él quería.

—Así que—pero Theo, simplemente, no podía dejarlo—¿paseos solitarios, Malvavisco?

—Sí—una rápida mirada por el rabillo del ojo fue todo lo que me permití antes de redirigir la vista al frente.—¿Algún problema?

Theo negó con la cabeza.

No dejaba de dar caladas y exhalar humo grisáceo al ambiente congelado y nocturno. 

Cada inspiración y expiración, con ese silencio, se escuchaba como si se estuviesen produciendo en mi propio cerebro.

—Ninguno. De hecho, es gracioso—¿por qué tenían que ser sus labios tan ruidosos al quitarse el cigarro y bufar como una locomotora?—El pequeño Malvavisco, solo en la mitad de la noche. ¿Nunca te ha asustado la oscuridad?

—En realidad, me asusta más la posibilidad de estar atrapado en una conversación de mierda con un búlgaro adicto a la nicotina que no sé qué hace aún aquí. Así que, por si no lo has deducido—puntualicé sin apenas respirar—estoy viviendo una auténtica pesadilla en estos momentos.

ME LLAMAN AL (a Hogwarts story II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora