TRAMPAS Y JUEGOS

128 6 0
                                    


Los días pasaron lentamente para Eliza, la mayoría los pasó en su habitación leyendo o viendo televisión. No se habían vuelto a dirigir la palabra con Eduardo, y estaba de acuerdo con ello, no quería verlo ni en pintura, había sido extremadamente grosero, impertinente y un sabiondo que creía tener la razón. Hasta el momento había aceptado toda su mierda, pero había traspasado los límites al intentar meterse con su vida e intentar psicoanalizarla, pero dentro de ella, en su subconsciente, las afirmaciones de Eduardo habían echado raíces, y solo por eso lo adiaba más que nunca.

Se había levantado temprano esa mañana, pues tenía cita al médico. Ese día por fin sería libre otra vez, ya que le retirarían los puntos de sus heridas, ya sentía casi normales sus pies y no hallaba la hora para dejar de ser una inválida. Ahora se encontraba esperando a María para que la ayudara, la noche anterior se había acercado diciéndole que ella misma la acompañaría a la consulta, se había quedado pensativa con el anuncio, pues estaba segura de que Eduardo la acompañaría y se odió a si misma por sentir un poco de decepción. La puerta de su cuarto se abrió, y por ella entró María con una sonrisa en su rostro como siempre.

- ¿Lista para nuestra visita al doctor?

- Sí, ya no resisto más la jodida espera.

- Bien, con esto volverás a ser la revoltosa de siempre... tengo que confesar que la casa ha estado muy tranquila últimamente.

- No soy una revoltosa, y lo sabes.

- Vamos, claro que sí, desde que llegaste ha sido muy... interesante.

- Mentira.

- Claro que sí.

- Cállate la boca y mejor ayúdame a vestir.

- Genial – María dio saltitos al guardarropa, le encantaba hurgar entre sus pertenencias jugando a vestirla, tratándola como a una muñeca.

- María, esta vez yo voy a elegir.

- Claro que no, ¿cuándo voy a tener la oportunidad de vestirte otra vez?

- Nunca.

- Exacto, así que esta vez yo elijo.

Gimió ante la aseveración de María, solo rogaba para que no la vistiera una vez más como una pequeña muñeca.

Definitivamente vergonzoso, pero ante el entusiasmo de María no dijo nada. Se hallaba ante el espejo mirando la obra, esta vez la había obligado a ponerse un vestido de gasa blanca que abrazaba su figura de la cintura para arriba mientras caía libremente cubriéndola hasta un poco más arriba de las rodillas, un bordado de flores recorría su cintura marcándole el busto, era un vestido totalmente romántico para una cita, o mejor dicho, para una muñeca, cosa que no era. Luego de eso, María se había esmerado una vez más en su cabello dejándoselo suelto y usando la rizadora para hacerle tirabuzones en las puntas. Cuando estuvo lista aplaudió su obra y luego salió del cuarto anunciándole que iría a buscar ayuda para bajarla y subirla al coche que las llevaría al pueblo.

Cuando volvió, Eliza se preparó mentalmente para soportar la presencia de Eduardo alzándola en sus brazos, el estómago se le hizo nudos ante el pensamiento y la expectación, no le había visto hace algún tiempo y la idea de verlo ahora la ponía nerviosa al máximo, pero se quedó congelada cuando María con un ademán hizo pasar a un completo extraño a la habitación.

- Eliza, él es Pedro, te ayudará a bajar y ponerte en el auto.

Se envaró y su cuerpo se puso en alerta, tensándose de inmediato, odiaba que cualquiera le pusiera la mano encima. Se preparó mentalmente cuando vio que el hombre se acercaba evaluándola de arriba abajo... había dejado un poco más de lo debido la vista fija en sus piernas, podía oler desde ahí la lascivia de aquel horrible hombre. Estaba a punto de flexionarse para alzarla cuando se envaró aún más, y con los dientes apretados amenazó.

HACIENDA RINALDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora