EPILOGO

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El grupo era observado desde lejos, pero ninguno de los que estaban sentados en el suelo compartiendo los alimentos felizmente se había percatado de ello. El hombre se escondía entre el mar de gente que paseaba feliz por la hacienda Rinaldi, pero era inconsciente de que su grandiosa estampa y oscura presencia, solo atraía las miradas de quienes pasaban junto a él provocando murmullos, e inconscientemente haciendo que la gente se alejara de su persona guiada por sus instintos.

Con atención, estudió cada movimiento que hacía el grupo, las risas, bromas y amor que se prodigaban le llenaba el pecho de tranquilidad en un cálido oleaje, debido a ello sentía que al fin podía respirar nuevamente. Su oscura mirada se posó en la hermosa mujer dueña de aquella magnífica hacienda, no podía creer que la tuviera solo a un par de metros, justo al frente, después de pasar año tras año imaginándola y amándola en el más profundo silencio. Tuvo que apartar la mirada de inmediato, pues no sabía si se podría controlar lo suficiente y no correr hacia ella y llevarla consigo al mismo infierno si era necesario. Sonrió orgulloso cuando vio al muchacho protector, afectuoso con su madre, el parecido de aquel muchacho con el suyo era asombroso, y cuando lo había visto montar de manera fabulosa aquel enorme semental negro no le cupo duda... era su hijo, al cual por fin conocía, ya que solo conservaba una foto de bebe recién nacido, la cual recibió en secreto. Recordó aquel día en el que no pudo contenerse y lloró dolorosamente al enterarse que Eliza había estado en trabajo de parto para luego dar a luz horas más tarde... hubiera dado su alma por estar a su lado. Pero ahora, su amada Eliza se encontraba feliz junto a su hijo, aquella certeza le proporcionaron la paz y dicha que no encontró en aquel infierno del cual salió. Observó alrededor, la hacienda parecía mucho más grande de lo que fue antaño, y todo era más magnifico.

- Buen trabajo, Eliza... sabía que podías – Sus ojos negros miraron pensativos el suelo, levantó la vista una vez más y sonrió, pues ahora tenía la certeza de que había hecho lo mejor que se podría hacer en su situación. Ella era feliz, y su hijo no creció visitando a un convicto en la cárcel.

Ansiaba con todo su corazón quedarse y volverse parte de aquella familia, pero no se atrevió a dar un paso más, ahora era solo un desconocido para todos, si no hubiera sido por María, jamás se habría enterado de que había sido padre. Antiguamente, esta solía darle noticias y novedades sobre Eliza, pero poco a poco se fueron espaciando las llamadas, hasta que nunca más sonó aquel teléfono celular que guardaba con tanto recelo. Años más tarde, su futuro se iluminó cuando su caso fue reabierto, curiosamente por el mismo Octavio, quien nunca paró de visitarlo, haciéndose finalmente su confidente y amigo. Fue un feliz día cuando escuchó que su estadía en prisión no duraba más de veinte años, gracias a su aporte a la policía en la captura del narcotraficante más poderoso de toda Latinoamérica. Pero Octavio no cesó en su empeño, no solo consiguiendo reducir la pena, sino que los últimos cinco años que aún le quedaban, le permitirían salir cada domingo por medio en libertad condicional... ese era uno de aquellos domingos.

Sintiéndose tranquilo por la felicidad de aquel grupo, dio la espalda y caminó en sentido contrario del gentío que aglomeraba la hacienda, sus oscuras ropas se destacaban entre los primaverales colores, todo en él seguía siendo oscuro... pero la bestia que llevaba dentro dormía hace muchos años, aletargada por el amor que aún se desbordaba en el corazón de aquel hombre.


FIN

HACIENDA RINALDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora