CONFESIONES

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- No ha reaccionado ni una vez, es como si todo le diera lo mismo, y actúa tan indiferente...tan fría, no es la misma chica malhumorada y problemática que una vez conocí – Se quejó María. En ese momento estaba junto a Félix, quien había acudido a la hacienda para visitar a Eliza.

Eduardo enfrentaba a la pareja y solo escuchaba callado, pero atento a cada oración. Desde que había instalado a Eliza de nuevo en su antigua habitación no habían tenido ni una palabra, ella cuando llegó solo se acurrucó en su cama dándole la espalda, y a pesar de su orgullo, trató de acercarse y hacerla reaccionar en ese mismo momento, pero al no tener respuesta decidió que la dejaría en paz, no iba a ser el responsable de desatar otro ataque de histeria, por lo que había suspirado con resignación marchándose, la vio una última vez y salió de la habitación para no volver a entrar en casi dos semanas.

- Y ¿dices que todo este tiempo ella no ha salido para nada? – Preguntó Félix. María movió negativamente la cabeza con tristeza.

- Ella ni siquiera me mira cuando le llevo las comidas...solo se concentra en mirar hacia afuera con la vista perdida sin hablar, ni un gesto...no hace nada.

Eduardo tosió un poco dando a demostrar que aún se encontraba en el lugar.

- Bueno, ella tendrá que reaccionar, Hermes no pudo volver de inmediato, tuvo un pequeño problema de salud que lo impedía volver, pero hoy estará llegando en cualquier momento de la tarde y tendrá que ver a Eliza.

- Hermes... don Hermes, no podrá hacer nada...después de todo ella no ha abierto la boca con nosotros, entonces ¿por qué lo haría con él? – Sentencio María.

Eduardo levantó la ceja en claro reproche, advirtiéndole que se estaba pasando de la raya.

- De todos modos, te toca avisarle que su abuelo la visitará – Eduardo hizo el ademan de irse – O mejor no le digas nada...con la inventiva que tiene, quizás qué es capaz de hacer.

Se dio la media vuelta y comenzó a andar, pero una exclamación de María lo detuvo por completo.

- Pero ¿no sería mejor que hiciera una de sus diabluras a que siguiera estando así...como muerta?

No contestó porque también lo sentía de ese modo, jamás hubiera imaginado que llegaría el día en que querría que Eliza armara un alboroto.

*****

No tenía ni un sentido seguir ahí, sin hacer nada, decidió que pronto se iría lo más lejos posible de aquel lugar, lejos de los miserables que la habían engañado en todo y que eran nada más que una tropa de mentirosos. Recordó de qué forma había pasado los últimos meses de su vida... el departamento, la mugre, la decadencia y a Marcos. Sí, había sido un error que parara en ese lugar, pero por lo menos nadie le mintió ni la engañó, Marcos había sido sincero con ella desde el principio y no había tratado de detenerla u ocultarle nada...la había tratado como un igual, como el adulto que era. Frunció el ceño, ni su familia, ni nadie a su alrededor la tomó jamás en serio, su abuelo la sobreprotegió tanto que terminó por dañarla, su madre solo se limitó a encerrarla dentro de cuatro paredes y a medicarla con sedantes. Eduardo...mejor ni pensar en él, porque había sido el peor de todos ellos tratándola como una mocosa que no sabía ni donde estaba parada, castigándola y dándole órdenes. Su ceño se frunció más al pensar en el desgraciado, era malditamente hábil para mentir y engañar, mientras caía como una tonta. Recordó cómo le había engañado aquella vez cuando vio a Sebastián, con la rotundidad que desestimó su convicción, lo odiaba porque lo había sabido todo el tiempo, conocía la historia, pero de todas maneras siguió la corriente de Hermes, todos pensaban que podían opinar y decidir qué era lo mejor para sí misma, y lo odiaba con todas sus fuerzas.

HACIENDA RINALDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora