Caminaban tomados de las manos por la plaza del pueblo, ante la mirada indiscreta de las personas que transitaban por aquel lugar, decidieron que lo mejor era dar un paseo después de las emociones vividas aquella tarde. El pueblo chismoso susurraba al paso de ambos, pero ninguno percibía nada, pues se concentraban solo en ellos mismos.
- ¡Ya basta! – Una sonriente Eliza se paró delante haciéndole frente – Estoy cansada de que estemos tristes... mi abuelo está descansando, Gustavo ya no acecha, la hacienda en este mismo momento se está reconstruyendo, gracias a ti... y yo estoy absolutamente enamorada de un hombre mandon, prepotente, cínico y altanero llamado Eduardo.
- Eliza...
Ella le sacó la lengua dándole un empujón y se echó a correr.
- Mocosa malcriada... ¡ven aquí!
Corrió para alcanzarla, pero ella le llevaba ventaja. Eliza tenía razón, ya no había motivo para sufrir ni estar más cabizbajo ahogándose con turbios pensamientos, lo que tuviera que venir vendría, y él solo perdía su precioso tiempo, deseaba concentrarse solo en ella y en nada mas. Rio cuando ella paró en una esquina y se quedó mirando un local que llevaba cerrado un buen tiempo. Cuando por fin llegó a su lado, le pasó los brazos alrededor de la cintura apoyando su barbilla en uno de los finos hombros.
- Eduardo... ¿recuerdas?
- Trato de no hacerlo... si lo hago me viene encima unas ganas terribles de azotarte.
Ella se dio vuelta mirándolo fijamente y sonrió.
- No fue para tanto... ¿cierto? – Ella le tomó una mano - ¿De verdad tanto alboroto porque arruiné tu noche y tuviste que tomarte la molestia de venir por mí?, ¿o la verdad es que ya no podías más de celos?
Eduardo acarició su cara con toda la ternura de la que era capaz, y depositó un casto beso en sus rosados labios.
- Fue porque estaba preocupadísimo por ti, y tampoco soporté la idea que te expusieras ante tantos hombres que estoy seguro pensaban cosas asquerosas respecto a ti.
- Pero... Tú me viste bailar ¿no?
- Solo un poco... yo tenía que parar todo eso antes de que te sucediera algo.
Eliza hizo un puchero mirando hacia el suelo y sonrió después.
- Creo que te perdiste el espectáculo de tu vida, mi amor – Lo volvió a tomar de las manos poniendo su mejor cara de inocencia - ¿Sabes cómo abrir esta puerta?
- No, está clausurado – Contestó tajante y con expresión de fastidio.
- ¡Vamos, por favor!, después de todo eres Eduardo, el que puede hacer lo que quiera en este pueblo sin que nadie le diga nada... solo te quiero mostrar algo.
- ¿Qué cosa?
- No lo sabrás si no me llevas dentro...
Impaciente la tomó de la mano llevándola por un costado del local, hastiado quedó mirando una pequeña puerta que servía para que entrara el personal que trabajaba en aquel tiempo. Levantó el pie y solo con una pesada patada la tuvo abierta para el gusto de Eliza.
- A sus órdenes – Le dijo con una mirada de total enojo. Ella levantó una mano acariciándole el rostro.
- No te vas a arrepentir de lo que te mostraré.
La poca luz que entraba por una alta ventana, hacía que el polvo del aire bailara brillante delante de su cara, su corazón se recogió ante los recuerdos que fluían en su mente. Sintió los pasos de Eduardo a su espalda, y con rapidez sacó de su bolsillo un teléfono celular y buscó entre las carpetas de música hasta que pudo encontrar lo que buscaba, con una sonrisa en su rostro se paró delante, haciéndolo retroceder hasta que lo dejó sentado. Se acercó al mesón y buscó una silla, encaramándose en ella subió.
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HACIENDA RINALDI
RomanceEliza Rinaldi no puede olvidar su trágico pasado, todo el mundo estuvo en contra de su romance con un chico que parecía un verdadero ángel. Eduardo, administrador, socio y mano derecha de Hermes Rinaldi, hombre frío, cruel y cínico,,Y AMIGO, tendrá...