De alguna forma podía sentir algo de agradecimiento hacia Hermes por haberle contado todo...no creía que a estas alturas le hubiera mentido, no lo creía capaz después de todo lo que había sucedido. Su mente viajaba una y otra vez al pasado recordando a ese muchacho al que había amado desde el principio, ese muchacho que la salvó, jugó y coqueteó con ella, ese muchacho despreocupado y sin vergüenza que le había llegado a decir que la amaba. Se lo imaginaba como Hermes se lo había descrito... ambicioso y controlador, que no reparaba en escrúpulos, pero por más que lo intentó no lograba visualizarlo, solo lograba evocar la imagen de aquel Sebastián...su hermano.
Pensó en Eduardo, trató de culparlo por no advertirle, pero se sentía totalmente anestesiada con respecto a él, ¿acaso era su deber decirle toda la verdad? ¿Eduardo estaba al tanto de todo lo que sucedía en su vida privada? Claro, él no podía haberse metido en todo, ¿ahora sabía quién era realmente? La respuesta le llegó de inmediato, no, no sabía quién era realmente, podía intuir que él era parte de toda la organización de su abuelo, y se atrevía a pensar que también era responsable de todos los hombres armados que había en ese momento por los alrededores de la casa. No era tonta, y a pesar de que estos eran discretos y estaban estratégicamente aislados, los había visto de todas formas. Ahora todo encajaba en su lugar, el porqué del acceso tan restringido que había en la hacienda, por qué había un lugar al cual no podía acceder, por qué todos obedecían a Eduardo sin chistar. Sabía que era un hombre duro, y que cuando tenía que actuar con sangre fría lo hacía sin mirar siquiera atrás, pero no tenía idea hasta qué punto, no sabía si debía quedarse con la imagen del hombre temible que había visto en más de una ocasión o con el hombre tierno y preocupado que solía abrazarla y rescatarla en sus momentos más críticos.
Salió a la oscuridad de la noche, sus pies descalzos se llenaron de la tierra del lugar, el aire fresco acarició su rostro y le removió los mechones de pelo, respiró profundamente y el aroma a eucaliptus fresco la invadió. Alzó su cara y miró la luna grande y brillante, las estrellas titilaban dejándole ver una hermosura casi fantasmal. Sintió frió un momento y deseó tener calor...el calor de unos enormes brazos envolviéndola, y en ese preciso instante lo supo, debía estar con Eduardo. El amor no tenía que ser condicional, amaba todo su salvajismo, su cinismo, su temperamento rabioso, sus formas bruscas, el aura peligrosa que lo rodeaba...absolutamente todo, él se ganó su corazón y su alma de alguna forma y si lo iba a amar, amaría todos sus defectos, pasado, errores y todo lo que conllevaba. No había otra manera, ella no podría limpiar ni cambiar a Eduardo, lo conoció de esa manera y así se quedaría, no trataría de cambiarlo. Suspiró, después de todo, ella no era quien para juzgar nada, ahora sabía a lo que se dedicaba su familia, involuntariamente era parte de eso y se había criado de esa manera, fue lo que le tocó vivir y era el momento de reconciliarse con ello, no renegaría de nada. Tembló por un momento sobre la amenaza de la que le había comentado Hermes, imaginó cómo sería la guerra que se avecinaba. Deseaba ver de nuevo a Sebastián, pero de alguna manera temía aquel momento, lo temía y con fuerzas. Tal vez tendría la oportunidad de hablar con él y hacerlo recapacitar haciéndole ver las cosas de la forma en que ella las estaba viendo, y así por fin reconciliarse ambos con su pasado y dejar todos los rencores y odio atrás.
*****
Desde su ventana podía ver a Eliza paseando en la oscuridad de la noche, su primer instinto fue salir tras ella, pero algo lo detuvo, su silueta disimulada en su blanco traje reflejado por la luz de la luna le daba un aspecto casi paranormal. Sonrió, estaba satisfecho de que Hermes por fin hubiera podido hablar con ella poniéndola al tanto. Había escuchado solo la mitad de la historia, cuando el viejo había empezado a hablar, había decidiendo que ambos necesitaban intimidad para poder reconciliarse, aunque dudaba de que aquello hubiera sucedido, pues conocía lo bastante a Eliza para darse cuenta de que ella debía digerirlo primero. Y después, estaba seguro de que ella trataría de dejar todo atrás, era lo suficientemente fuerte para hacer eso, y también sabía que detrás de esa máscara de altanería y obstinación ocultaba un gran corazón lleno de compasión y humildad. Sí, ella era lo bastante fuerte, y si no se equivocaba, ahora mismo se reconciliaba por fin con todo lo sucedido. Esperaba que ahora que sabía toda la verdad no lo juzgara tan duramente por sus actividades ilícitas, y que tampoco se alejara corriendo una vez más de su lado. Cerró los ojos con fuerza, no soportaría si ella intentara dejarlo una vez más, ya conocía la experiencia y no estaba dispuesto a vivirla de nuevo, la quería a su lado por siempre.
ESTÁS LEYENDO
HACIENDA RINALDI
RomanceEliza Rinaldi no puede olvidar su trágico pasado, todo el mundo estuvo en contra de su romance con un chico que parecía un verdadero ángel. Eduardo, administrador, socio y mano derecha de Hermes Rinaldi, hombre frío, cruel y cínico,,Y AMIGO, tendrá...