EL FIN DE TODO... MIRANDO HACIA EL FUTURO

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Se despertó entre los brazos de Félix como todas las mañanas desde que ese hombre con alma de niño, se cruzó en su vida. Con una gran sonrisa se levantó despacio dispuesta a preparar un gran desayuno que levantara el ánimo de todos los presentes, pues tenía decidido que ya era suficiente de sufrimientos y malos momentos. Metiéndose en la ducha dio rienda suelta a toda la vanidad de la que disponía, había adoptado un ritual todas las mañanas, pues deseaba verse siempre hermosa para el hombre que sabía que dios le había mandado. Una vez que estuvo lista, se paró un rato mirando el pacífico sueño de él.

Bajó las escaleras dando saltitos, pero algo extraño la alertó de inmediato. Tuvo el instinto de salir corriendo escaleras arriba para ir en busca de alguien que la ayudara, pero al dar la media vuelta se topó con Eduardo que se encontraba justo detrás de ella, y casi dio un grito por lo que vio, pues lo que se encontraba frente a ella no estaba vivo... La piel cetrina se apoderó de sus facciones, sus hermosos ojos oscuros se hundieron dejándole una huella morada debajo de estos, sus labios agrietados no le decían nada, mientras que la más grande desesperación y amargura se proyectaba en oleadas.

-¿Qué sucede?, ¿por qué todos estos policías están frente a la casa, Eduardo?

En una mueca que parecía una sonrisa habló.

- Vienen por mí.

Se tuvo que apoyar del antebrazo de Eduardo para no caer, pues la impresión le heló los

huesos.

- ¿Qué... que quieres decir?, ¿Eliza sabe esto? – Eduardo negó con la cabeza, mientras ella asintió pensativa, y dando un salto hizo el ademán de subir las escaleras, pero fue detenida

 – Pero... tenemos que avisarle... ella despertará, y cuando se entere...

Pero no pudo seguir hablando, pues Eduardo negaba una y otra vez.

- María... no tenía fuerzas ni hombres que me ayudaran contra Gustavo... yo les di lo que querían, a cambio de que me apoyaran...

- Y ¿el precio...?

- Fue la entrega de todas las evidencias incriminatorias... incluyéndome.

- Eduardo, no... - Se abalanzó contra el pecho de su amigo – Tiene que existir alguna forma...

- No, María... - Sentenció, mientras le acariciaba la espalda con ternura – Ellos tuvieron la amabilidad de no apresarme de inmediato bajo una promesa, me ayudaron, y ahora debo cumplir – La quitó de su pecho, y posó sus manos sobre los hombros de está mirándola fijamente a los ojos – Tienes que jurar que ella no sabrá, ¿puedes jurarlo?

- Pero ¿cómo puedo jurar aquello, Eduardo? Sabes que sufrirá y te buscará, yo no puedo verla mal... la quiero demasiado.

- No quiero que visite una cárcel hedionda, y que no rehaga su vida solo por estar esperando algo que nunca llegará... ¿No preferirías verla sufrir, aceptar y levantarse, teniendo una buena vida solo con problemas cotidianos?

- Pero...

- María, yo, no, quiero, que, Eliza, espere, por, mi. – Habló con los dientes apretados – esperando ilusionada por un día que no llegará... viendo pasar la vida y las oportunidades por delante escapándosele de las manos, solo porque yo fui lo suficientemente egoísta como para mantenerla engañada con algo que sabía desde antes que no sucedería, y me refiero a mi libertad... ¿Puedes imaginar cuántas muertes llevo encima, sumado a todo el contrabando y lo que conlleva aquello?

Vio el futuro de Eliza ante sus ojos, no podía decidir por ella, pero sabía lo terca que era, jamás lo entendería desde el punto de vista de Eduardo, y fue cuando comprendió el sacrificio que él hacía por ella. Con una lágrima rodándole por la mejilla asintió despacio.

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