NATALIA.

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Maldita fuera la mocosa, la muy perra lo había fastidiado todo, hiriéndolo con sus palabras llenas de veneno, había quedado parado frente a ella sin respiro, mientras esta seguía refregando en su cara que había sido poco menos que un juguete. Vio a Eliza como lo que realmente era: una chiquilla que le faltaba madurar, caprichosa, y sin corazón, ¡Diablos¡, había creído que no era una maldita snob, pero lo primero que hizo fue recordarle que él no era digno de ella, lo había llamado vagabundo, por Dios, y eso era. No se había olvidado jamás de sus orígenes, y aunque no había salido a flote de la manera más honesta, por lo menos había progresado algo con esfuerzo e inteligencia, cosa de la que ella no podría jactarse ya que durante toda su vida le habían servido en una maldita bandeja de oro. A la mierda con Eliza que se jodiera en el quinto infierno junto a su infame "ángel", ambos estaban jodidos y se merecían estar juntos, eran tal para cual, uno un maldito avaro y la otra una pija elitista, que se pudrieran. La furia de Eduardo era tan potente que lo único que deseaba era romper y golpear, de un tirón se quitó la camisa que llevaba y quedó con el torso desnudo, dando un portazo salió de la habitación y se dirigió al antiguo granero en donde encontró lo que buscaba, sus sacos de boxeo y sus pesas. Ignoró las pesas y dio duro contra el saco sin protección alguna en sus nudillos... ¡golpe, golpe, golpe, pum, pum, pum! Pero este no fue lo suficientemente fuerte para aguantar los golpes de furia. Al caer el saco se quedó parado mirándolo, no sabía cuánto tiempo había pasado golpeándolo, pero cuando paró se dio cuenta que estaba un poco mejor, aunque aún conservaba la furia espesa que le nublaba la mente. Estiró la mano y un fiero dolor recorrió sus dedos alcanzándole la muñeca, se miró y vio sus nudillos ensangrentados y arañados, y una carcajada sin pizca de humor salió de sus labios.

- Otro regalito de parte de Eliza.

- ¿Y me podrías decir quién es esa Eliza?

Se dio la vuelta ante la voz femenina de la intrusa. Cuando la vio le pareció que la noche recién acababa de empezar y que era justo lo que necesitaba para terminar de desahogar las emociones suscitadas por la pequeña arpía. Una mujer alta de largo cabello lacio, un rostro inmaculado, aunque con excesivo maquillaje, y un cuerpo voluptuoso le devolvió la mirada. La recorrió con la vista, ella estaba vestida para la ocasión, llevaba un vestido de color rojo chillón ajustado con un cinturón negro.

- Natalia.

- Hola dulce... ¿me has extrañado? – Ronroneó la mujer con una sonrisa incitadora.

Se acercó a ella hecho una furia. Natalia por un momento temió, jamás lo había visto de esa índole, pero cuando la tomó con fuerza con un brazo por la cintura para estrellarla contra la pared más próxima su miedo se evaporó, sabía lo que él quería y necesitaba en ese momento y estaba más que gustosa de dárselo. Empezó a besar su cuello y sus senos frenéticamente, y ante aquella poderosa fuerza que la arrollaba no le quedó más remedio que envolver sus piernas alrededor de su cintura. Sin ningún miramiento Eduardo le metió mano bajo el ajustado y corto vestido, hizo a un lado las bragas y enterró un dedo profundamente dentro de su canal, la recién llegada jadeó por la sorpresa y por la exquisita agresividad, disfrutando de todo ello. No la hizo esperar mucho más, y sacando su gran erección la dejó caer, penetrándola sin ninguna delicadeza.

- Mi dulce, sí que estás enérgico...

Eduardo la bajó al suelo saliendo por un momento de las profundidades de la mujer.

- Cállate y date la vuelta.

La chica hizo lo que le pidió dejando su culo al aire, Eduardo le tomó el trasero entre las manos y volvió a hundir un dedo en ella, y con un poderoso agarre en sus caderas la penetró una vez más. Comenzó un movimiento violento y potente que hizo que la mujer jadeara cada vez más.

HACIENDA RINALDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora