ULTIMA VOLUNTAD

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Volvió a la hacienda justo después de la hora del almuerzo, manejaba por el camino de tierra sin preocupaciones, pues todo lo que tenía que saldar estaba listo, no quería dejar nada al azar, por lo que esa misma mañana tomó la decisión de sacar gran parte de su dinero del banco. Al principio lo habían recibido como una gran visita, haciéndolo pasar a un saloncito que tenían para los más importantes clientes, pero cuando les comentó a lo que iba, la actitud de los ejecutivos cambió por completo, poniéndole miles de excusas y desventajas sobre la operación que quería realizar. Pero Eduardo no cedió, por lo que estos hicieron lo que se les pedía. Llevó dos hombres que lo escoltaban y lo ayudaban a llevar tanto dinero encima, hizo falta más de veinte maletas extra grandes para transportarlo. Siempre fue un hombre minucioso y a pesar de que tenía otras cuentas en bancos lejanos y contadores a su disposición que le llevaban sus cuentas, siempre estuvo al pendiente de lo que entraba y salía de su bolsillo, no es que fuera un hombre tacaño, pero no estaba dispuesto a que le tomaran un centavo del dinero que le correspondía sin su autorización. Con todo lo que estaba por ocurrir no sabía si sus demás cuentas serían confiscadas o simplemente desaparecían, por lo que se aseguraba dinero cerrando una, y de ese modo podía contar con una fortuna suficiente en físico. Saliendo de sus pensamientos miró hacia el exterior poniendo atención, se percató de inmediato que algo no iba bien, pues, ninguno de los hombres que custodiaba el final del camino que conducía a la hacienda se encontraba en su puesto. Con el ceño fruncido, y dispuesto a rebanar cuellos aceleró, ¡Esos cabrones deberían estar en sus puestos! Miró su reloj, gruñó, pues hace más de dos horas que el descanso dio fin...no se los perdonaría, tenía pensado de inmediato sacarlos y castigarlos poniéndolos en uno de los lugares más desolados e inhóspitos de las tierras.

Estacionó frente a la gran casa, y caminó con prisa hacia el interior de inmediato en busca de Hermes. No acostumbraba a llevarle problemas al viejo, pero quería asegurarse una última vez, de que los hombres no estaban desobedeciendo y que solo se encontraban haciendo algún recado de su patrón. Con paso firme caminó al despacho, abrió la puerta y no lo encontró. Maldijo. Casi corriendo subió las escaleras directo a la habitación de este, pero primero pasó por la habitación de Eliza y de inmediato sus pasos se detuvieron, sin preguntar ni golpear abrió la puerta y se coló dentro, notando que ella tampoco se encontraba. El cuerpo le hormigueó, algo definitivamente no estaba bien...ni los hombres ni Eliza se encontraban, y tampoco había visto ni una señal de ataque. Más apresurado y nervioso avanzó dando furiosas zancadas, cuando llegó golpeó dos veces, jamás acostumbró a solo ingresar sin permiso en los dominios de su socio, y se sorprendió por un segundo cuando recibió respuesta. Entró, y como siempre, Hermes se hallaba sentado en su sillón frente a un gran ventanal mirando la vasta extensión de la hacienda.

- Hermes ¿sucedió algo?

- ¿Por qué lo dices?, ¿anda algo mal?

Eduardo se tomó la cabeza repasando su melena en claro gesto de impaciencia.

- Sí, los hombres que custodian el final del camino no se encuentran en sus puestos, y tampoco vi a tu nieta...

- Me sorprende, Eduardo, "tu nieta"... ¿no amor, o cariño? Qué tal si pruebas con "mi amada" – Se burló –Espero mucho más de ti, muchacho en cuanto a lo que tiene que ver con Eliza...aunque entiendo que te cueste dar a conocer tus sentimientos...espera, ¡pero si no te cuesta en lo absoluto!, ¿cierto?

Echando la cabeza hacia atrás se lanzó a reír debido a sus propias bromas y burlas, pero Eduardo permanecía imperturbable y sin paciencia para soportarlas.

- ¡Vamos, Eduardo!, no seas tan aguafiestas – Se paró de su sillón enfrentándolo, y poniendo ambas manos sobre los hombros lo miró con profundidad – Siempre has sido tan recto y serio...deberías reírte un poco más muchacho, la vida es demasiado corta, tienes que disfrutar al máximo hasta de los más pequeños momentos de verdadera risa...eso es lo que vale verdaderamente, te lo dice este viejo, ya he vivido mucho y no sabes cuánto me arrepiento de no haber reído más, o de gastar bromas o de dar un abrazo...un beso.

HACIENDA RINALDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora