ÁNGEL Y DEMONIO.

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Eduardo se encontraba de pie junto a Hermes, el momento estaba por llegar, ya podía oír a lo lejos el helicóptero que transportaba a las visitas. Con anterioridad había dado el día libre a los trabajadores que no estaban enterados ni comprometidos con los negocios clandestinos, también había dispuesto una pequeña tropa de leales hombres armados alrededor de la hacienda discretamente, y a las espaldas de ambos se encontraban alrededor de cinco hombres manteniendo una posición defensiva.

Nada se podía oír aparte del ruido del helicóptero, Eduardo podía sentir como la tensión emanaba del cuerpo de Hermes. Apretó los puños fuertemente, rogaba para que esta fuera la última vez que tuvieran que pasar por una situación similar, el peligro era latente, ya se notaba que los invitados no venían en son de paz, percibiéndose incluso antes de que estos descendieran. El antagonismo que habían mantenido con "ángel" no había ayudado a su causa y todo podría terminar realmente mal si se decía, aunque fuera una sola palabra equivocada. Respiró hondo, daba gracias al cielo que Hermes había podido distraer a Eliza y sacarla de la hacienda, o de lo contrario hubiera sido capaz de tomarla a la fuerza y correr con ella a un millón de kilómetros lejos de aquel lugar que pronto se convertiría en un jodido nido de ratas colombianas, bueno, sin contar el detalle de "ángel".

- Ya llegan.

- Lo veo, Hermes

- Solo espero que todo salga en orden y se mantenga la paz.

- Tú solo debes hacer el intercambio y hablar lo menos posible.

- ¿Por qué?

- Porque cuando tú hablas, el odio que sientes hacia ellos se nota en tu aliento, ahora mismo estas usando todo tu control para no abrir fuego... ¿o me equivoco?

- Como siempre tan certero, mi querido Eduardo.

- ¿Cuánto es esta vez?

- Casi una tonelada... más una carga completa de armamento y munición.

Los ojos de Eduardo se desorbitaron y tragó saliva, esto era casi tan malo como el mismo infierno. Antiguamente se habían divertido con Hermes extrayendo dinero del comercio ilegal, disfrutaban de la adrenalina de vivir siempre al borde, y hasta les resultaba extremadamente gracioso ver a los detectives y oficiales dar vueltas en círculo sin llegar nunca a nada. El dinero y el poder que habían obtenido les sirvieron para ir ganando voluntades y favores de gente precisa que los ayudaban a mantener al margen a los oficiales entrometidos que insistían en buscar evidencia suficiente contra ellos, se podría pensar que estos habrían perdido gran parte de sus riquezas en estos favores, pero en realidad era como quitar una pajita de nada a todo un pajar. Tanto Hermes como Eduardo se habían ido a partes iguales y hace tiempo habían perdido la cuenta de hasta donde ascendían las fortunas amasadas, sí, habían ganado y se habían hecho un nombre, eran temidos y respetados, pero todo a cambio ¿de qué?, todo esto no valía nada en comparación con el precio que estaban pagando en estos momentos, pues de pasar a ser señores de sus dominios, poco a poco se habían transformado en esclavos de Gustavo, el gran líder. No se habían dado cuenta cómo los envolvía en sus redes poco a poco comprometiéndolos eternamente con su imperio, pero Eduardo mantuvo una pequeña luz de esperanza, la información que Hermes mantenía oculta que amenazaba a los colombianos sería un buen incentivo para que todo el maldito mundo de este se alejara de ellos, rogaba a los cielos que Hermes no tuviera que llegar a ocuparlo y que Gustavo aceptara la salida del clan Rinaldi.

- ¿Sabes algo, Eduardo?

- ¿Dime?

- Existe algo que no quise decirte antes...porque no sabía cómo ibas a reaccionar.

HACIENDA RINALDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora