UN NUEVO DESTINO

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Mientras se contemplaba al espejo pensaba en lo mucho que había cambiado en esos dos años... se concentró buscando los pedazos perdidos de la niña que fue.

Contemplando su rostro de ojos felinos color miel, se extrañó, ¿Cuánto tiempo había pasado sin mirarse al espejo?, intento hacer memoria sin conseguirlo, se observó detenidamente intentando reconocer a la chica que le devolvía la mirada desde el cristal, sus rasgos habían cambiado tanto... barbilla afilada, pómulos altos y resaltados. Su cuerpo ya no tenía aquella gordura infantil que recordaba, palpo sus costillas subiendo sus manos poco a poco llegando a las clavículas, una mueca abandono sus labios en señal de disgusto, ¡excelente!, había pasado de ser una bolita regordeta a un saco de huesos sin gracia. Dejo de lado su odiosa inspección para dirigir una melancólica mirada a la ventana, añorando tener alas y poder salir volando de aquel lugar, para nunca más tener que someterse a los designios impuestos.

Hace una semana atrás, su madre Clarisa, le había informado que se marchaba a las islas griegas con sus amigos dejándole en claro que no la estaba invitando, a cambio se marcharía con su abuelo. Fue prácticamente una sentencia de muerte, su abuelo no era más que otro espécimen déspota y dictador. Luchó y rogó, pero nada pudo lograr, Clarisa fue totalmente intransigente. Hubo ocasiones en las que intentó huir, pero los múltiples contactos de su madre junto con el poder que le confería el dinero, la hacían regresar después de unas cuantas horas. También tuvo la idea de suicidarse, y cuando lo intentó lo único que logró fue tener una linda probadita por unos cuantos días de lo que sería estar encerrada en un psiquiátrico.

Clarisa, por otro lado se limitaba hacer de oídos sordos, consolándose, diciéndose a sí misma que tan solo eran berrinches de adolescentes, aparentando en todo momento que la prestigiosa familia Rinaldi iba de maravillas. Solía realizar ostentosas fiestas y banquetes a los que asistía gente sofisticada e hipócrita. Obligando a su hija a unirse a las interminables fiestas, puesto que según su criterio ¿qué chica perteneciente a una acaudalada familia no le encantaban las fiestas por todo lo alto, para lucir y presumir su estatus social?, Su carácter natural y egoísta de quitarle importancia a las cosas le impedían Comprender la situación de su hija junto con todo aquello que arruinara su burbuja de cuento de hadas, debido a ello jamás se arrepintió de haber participado en las circunstancias desastrosas que hicieron que se le distorsionara la vida a Eliza.

Ahora las cartas estaban sobre la mesa, y Eliza tenía que escoger de las dos únicas penosas opciones que le había dejado su madre, la primera era irse a morir de soledad a la horrenda hacienda que tenía su abuelo, y la segunda era echarse a correr y no detenerse hasta que la cogieran nuevamente solo para terminar encerrada solo Dios sabría dónde. Seguía frente a la ventana de su cuarto incapaz de reaccionar, últimamente le costaba encontrar el camino de vuelta a la realidad. Toda la situación la asfixiaba, aturdiéndola de una manera impensable, no tenía escapatoria y lo sabía, ahora solo quería que la perra de su madre la dejara tranquila... pero ahí se encontraba, sacándola de sus cavilaciones aporreando la puerta con sus puños.

- Eliza, abre la puerta... Eliza, Eliza - Clarisa llamaba frenéticamente a la puerta – Eliza, está todo listo, el vuelo sale en hora y media, niña... Eliza ¿me escuchas? – Con histeria esperaba contestación pensando que Eliza había vuelto a escapar por la ventana – Eliza, maldita sea, contéstame...

Eliza abrió con fuerza, golpeando a su madre en su nueva nariz de pabellón.

- ¿Es necesario para ti hacer tanto escándalo? - Contestó asomando la cabeza por la puerta y regalando a su madre su peor mirada de desprecio – Vamos... ¿Por qué no bajas, o acaso no estas apurada por deshacerte de mí?

- ¿Qué?... ¿ni siquiera una disculpa por echarme la puerta encima? Sabes que yo...

- No me voy a poner a discutir contigo por una puerta de mierda.

Dicho esto, bajó airosamente las escaleras dejando sola a Clarisa quien la observó caminar y recordó absolutamente todo el disgusto que la hizo pasar al elegir enrollarse años atrás con una verdadera lacra que jamás considero digno de su hija y mucho menos de su familia, el recuerdo del repugnante jovencito que tanto había detestado desde el primer momento en que lo conoció logro que saliera a flote su propio infortunio y vergüenza.

Estaba segura de que toda su paciencia se había terminado hacía mucho tiempo, bajó la mirada y se confortó pensando que le había dado de todo a su hija haciendo lo mejor que creía conveniente para ella, y que esta simplemente era una malagradecida. Bueno, ahora la responsabilidad ya no era de ella, en unas horas pasaría a ser de su padre, don Hermes Rinaldi.

El lujoso BMW negro estaba estacionado frente a la puerta de entrada esperándola y con Una mezcla muy intensa de sentimientos tomó la puerta abriéndola lista para entrar. Una vez acomodada le dio instrucciones al chófer de partir... el auto avanzó mientras reía maliciosamente viendo cómo Clarisa corría detrás del auto penosamente en los altos tacos que acostumbraba a usar agitando los brazos.

- Alfonso, para el auto - Ordenó con una risita que no le llegaba a los ojos.

Ya en la carretera norte de camino al aeropuerto, asomada por la ventana con la cabeza apoyada sobre sus blancos brazos, observaba cómo las franjas amarillas dibujadas sobre el cemento iban pasando de una en una rápidamente, siguiendo siempre el mismo patrón... franja... franja, las seguía observando, hipnotizándola, haciéndole creer que dejaría Santiago para siempre y que tal vez nunca volvería. No eran pensamientos ilógicos ya que su abuelo era impredecible, y tal vez en un arranque de furia la mandaría atada si era necesario a un país lejano, tal vez a uno tercermundista.

De pronto una sombra negra y viscosa comenzó a rodearla poco a poco, se estiraba extendiéndose sobre ella, "no... ahora no" pensó, ya conocía la horrible sensación de sudor frío y bellos erectos, y sabía que por más que lo intentara no podría alejar aquella sombra, tampoco era capaz de moverse, se quedó estática por el miedo, casi aturdida. Trató de meter la mano al bolsillo para sacar su celular y distraerse, pero sus manos estaban atadas por el peso de su cabeza tan dolorida, no tuvo más opción que resignarse y dejar que las sombras de los recuerdos de hacía dos años atrás comenzaran a fluir.

HACIENDA RINALDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora