EL INICIO DEL IDILIO

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Cuando por fin llegaron a la hacienda, después de casi una hora de viaje y de constante tensión, se sintió aliviada, quería salir corriendo y esconderse hecha un ovillo en su habitación. Cuando detuvo el automóvil por fin, tomó su cinturón quitándolo enseguida y con toda la rapidez de la que fue capaz abrió la puerta y puso sus pies sobre el suelo lista para salir pitando, pero al parecer Eduardo tenía otros planes, ya que ella no alcanzó a dar un paso cuando la tomó fuerte del antebrazo y la arrastró hacia la casa. Aterrada no soltó un quejido o una exclamación, se dejó llevar a donde quiera que la llevara. Subió con ella las escaleras y se dirigió a su habitación, cuando alcanzó la puerta de su cuarto la abrió, y jalándola por delante la metió dentro sin entrar él mismo. Se quedó sorprendida y no reaccionó hasta que la puerta estuvo cerrada en sus propias narices, como un tornado se lanzó contra la puerta, pero esta ya estaba asegurada con llave.

-Eduardo... por favor, no lo hagas... por favor, maldita sea, ¡Eduardo! – Pero no se escuchaba nada. Quedó mirando con impotencia y se fijó que bajo el dintel había una sombra, estaba segura de que era él tras la puerta – Lo siento, por favor, en verdad lo siento, fue estúpido lo que hice, puse en riesgo a mi amigo, y a ti también al hacer que hicieras algo grave en contra de alguien inocente...

Pero no pudo seguir, la puerta se abrió de repente dejando a un Eduardo aún más oscuro y tenebroso frente a ella. Eliza negó con la cabeza y retrocedió hasta que no pudo más quedando contra la pared, él se acercó hasta que la tuvo enjaulada, sus brazos apoyados en la pared a cada lado de su cabeza.

- Repite lo que dijiste – Fue una orden hecha en un susurro.

- Yo... dije que lo siento, y que lamento haberme comportado de forma tan estúpida.

Eduardo levantó una mano mientras ella se encogía en claro gesto de protección, detuvo su mano en el aire ¿pero que le pasaba? Solo alzó la mano para alcanzar su mejilla en una caricia, quería explicarle todo lo que había escuchado de Félix cuando hablaba por teléfono, y expresarle de alguna forma la preocupación por la que había pasado. Pero se quedó frió cuando comprendió que ella pensaba que la iba a pegar. Su pecho experimentó presión y su corazón casi estaba por estallar, jamás podría hacerle daño, solo quería consolarla, pero ella no confiaba en él y lo creía capaz de hacerle daño... tal vez después de todo era verdad que lo odiaba, no la culpaba, él mismo se odio durante el trayecto por haberle mostrado una pequeña parte de la agresividad de la que era capaz, le mostró lo que solo reservaba para los malditos traficantes y deudores, le mostró cuan oscuro era por dentro.

Se alejó unos pasos de ella, Eliza miró alrededor sin fijar su vista con la de él y se relajó un poco.

- Eduardo... yo.

- No, no hace falta, no es necesario... solo quédate aquí y no te pongas en peligro innecesario-Hizo el gesto de darse media vuelta.

- Eduardo, por favor no te vayas – Ella se acercó y lo tomó de un hombro, haciendo que voltease.

- Ya te dije que no era necesario, no quiero saberlo – No quería que Eliza le explicara los pormenores con Felix, no podría soportar que de sus labios salieran palabras de defensa para el maldito

- No, Eduardo, sí es necesario, en realidad todo fue un engaño, porque yo...

¿A qué se estaba refiriendo ella?, confundido la siguió escuchando.

Por su lado ella temblaba ante la inminente confesión de su jugarreta, pero tenía que hacerlo por el bien de su amigo.

- Eduardo, sé que hice mal, pero por favor no lo culpes, solo me siguió en el juego. Todo fue un engaño, la llamada por teléfono que hizo Félix era ficticia... estaba planeado para que tú la escucharas... el que creyeras que yo y él estábamos juntos – Se atragantó con sus palabras, tenía que confesar todo, pero le estaba costando esfuerzo. Eduardo no daba señales de estar vivo, se mantenía parado frente a ella como una estatua de piedra, dura y fría, con facciones retorcidas que se debatían entre la furia y la confusión – Yo también planeé que escucharas cuando le pedí permiso a Hermes frente a tus narices para salir, el vestido... el vestido lo mandé a comprar exactamente igual solo para provocarte... yo... realmente... lo siento.

HACIENDA RINALDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora