REENCUENTROS

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Estaba más que cabreado y ahora se dirigía explícitamente a matar. Después de todos los problemas que tenía, partiendo con la amenaza pendiente y silenciosa del clan de Gustavo, luego la desaparición de Eliza, y ahora, sumado a la ecuación, el robo de mercancía y dinero de parte de uno de sus subordinados, no lo dejaron con ganas de discutir, amenazar o castigar, ya era suficiente, no estaba dispuesto a nada más que matar. Si antes sus hombres pensaban que los castigos eran excesivos, pues ahora se iban a dar cuenta de la crueldad de la que era perfectamente capaz, quería dejar una marca tan grande en sus memorias que nadie se atrevería a desobedecer ni tratar de engañarlo otra vez. Sus nudillos estaban blancos de afirmar con tanta fuerza el volante de la camioneta en la que iba, la oscuridad reinaba dentro de la cabina y ya se había hecho noche cerrada, las luces de los faros a medida que pasaba por el camino, le iluminaba la mirada cada cierto tiempo haciéndolo parecer casi fantasmagórico. Sus facciones contraídas le daban el aire de lo que se le acusaba de ser, un monstruo,  y no iba a ser nada para cambiarlo.

Llegó a una de las intersecciones que lo harían llegar más rápido, cruzó y el paisaje comenzó a cambiar rápidamente. Los árboles y la vegetación junto con las pintorescas casitas, desaparecieron, dando paso a caminos llenos de lodo estancado, moho podrido y casas que estaban a punto de caer. El abandono se hacía sentir a cada esquina, uno que otro niño descalzo jugaba con pelotas hechas de trapos viejos mientras las madres y los padres se drogaban y bebían en los alrededores. Los grupos se acumulaban en las esquinas, probando quién sabe qué cosa al lado de braseros. Todo esto despertó en Eduardo un sentimiento de horrenda nostalgia, su mente volvió a años atrás cuando él mismo había formado parte de ese tipo de vida, no se compadecía de los padres ni de la pobreza que sufrían, porque para él todo era responsabilidad de su egoísmo y sus pocas ganas de vivir decentemente. La poca compasión de la que era capaz iba dirigida hacia los pobres chavales que ya tenían predestinado su futuro, pues ellos serían la nueva generación reemplazante de los que estaban ahí parados dejando la vida pasar, o tal vez con un poco de astucia más de alguno de esos pequeños se transformaría en una nueva versión de sí mismo. La esperanza no estaba por ninguna parte... no creía en la superación personal de cualquiera de esos niños, no es que fuera pesimista, era solo la realidad de lo que aguardaba. Con una sonrisa seca y amarga decidió mandarles al otro día juguetes y comida decente.

Dobló la última esquina que lo llevaría a la casa del maldito que le estaba robando, las luces estaban encendidas, la puerta abierta y se escuchaban risas que provenían desde el interior. Eduardo apagó el motor y metió la mano por debajo del asiento del copiloto sacando su Glock. Sonrió malvadamente. 

- Es la última vez que ríes, bastardo, y me mientes – Con esa siniestra promesa bajó del vehículo asegurándose el arma dentro de la cinturilla de sus pantalones. Al momento de bajar, observó cómo varios de los que se encontraban parados en las calles se acercaban cautelosamente, viendo la oportunidad de dinero fácil a manos de algún estúpido incauto que se había atrevido a visitar sus calles. Ya casi estaban encima, pero cuando se decidió a levantar la mirada, varios se quedaron congelados, y los que no, salieron corriendo a toda prisa.

- Lárguense de aquí... - Los que se habían quedado pasmados no se atrevieron a desobedecer, y siguieron a los que antes habían huido corriendo a toda prisa, pues el jefe mayor se encontraba en el lugar y sabían con exactitud que no hacía visitas de cortesía.

Ingresó al sucio patio de la entrada de la casa y con calma caminó hasta la puerta, entró y miró por los alrededores. En el lugar no había nadie...por lo menos en el primer dormitorio de la casa. Puso atención y se dio cuenta que las risas provenían desde el fondo, caminó unos pocos pasos más mientras las risas seguían llegando hasta él cada vez más fuerte. Preparó el arma sacándola de su cinturón y la apuntó hacia el fondo. Caminó sigilosamente, ya casi llegaba, solo una cortina lo separaba del patio trasero desde donde provenían los ruidos, las risas acabarían cuando él pusiera el primer pie en el lugar, estaba dispuesto a no dejar a nadie con vida. Descorrió un poco la cortina para tener un poco de visión, cuando algo especialmente sorprendente sucedió, las risas cesaron a excepción de una, el silencio se hizo presente solo quedando la risueña carcajada de alguien, alguien que llevaba tiempo buscando, se quedó petrificado en su lugar sin siquiera respirar, y su mirada se enfocó en una espalda tapada con una raída chaqueta de cuero negra. Su mirada perdió el foco de todo lo demás, los colores y las formas no ingresaban a su campo visual, solo se enfocaba en esa persona que le daba la espalda; delgada, cabello largo y negro como el ala de un cuervo, y su risa...esa risa no era la risa alegre y llena de emoción que podía recordar, pero estaba seguro de que pertenecía a ella, aunque estuviera cargada de vacío. Su corazón latió tan fuerte que lo podía sentir en los oídos, y el sudor frío empezó a empaparlo. No lo podía creer, durante tanto tiempo buscándola, y ella estuvo frente a sus ojos. Todavía no le podía ver bien el rostro, pero ya no tenía dudas, se trataba de Eliza.

HACIENDA RINALDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora