𝐀 𝐑 𝐌 𝐎 𝐍 𝐈 𝐀

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En cuanto deje de sostener la última nota de la melodía, con mi garganta y el diafragma, escuché los sonidos estruendosos de aplausos, de maneras constantes en las que las palmas de las manos chocaban. Ese sonido al que no estoy acostumbrado. Giré el cuerpo casi de inmediato después de dar un respingo sorpresivo y me encontré con la imagen que había estado extrañando tanto por esos malditos dos años.

— Vaya, cuando mencionaste que estabas en el coro de la iglesia no creí que realmente cantaras.

Mi mejor amigo había hablado aquello de manera divertida mientras yo me limitaba a dejar el frasco de loción corporal sobre la madera fina color blanco de la mesita de noche a un costado de mi cama. Taehyung permanecía recargado en el marco e la puerta, colocando su peso sobre el lado derecho de su cuerpo y yo puedo jugar que el brazo se le ha de haber acalambrado un poco por recargarse sobre su hombro con tanta fuerza. Ambos brazos descansaban cruzados sobre su torso.

— ¿Y entonces que creías que hacía?

— Tocar el pandero, definitivamente te imaginaba como el chico del pandero.

Ambos soltamos una carcajada al mismo tiempo, haciendo que nuestros cuerpos se doblaran un tanto hacia delante, y luego al unísono corrimos hasta lanzarnos a mi cama, quedando los dos mirando el techo pintado de color blanco tan recientemente, aún podía aspirar el aroma a pintura fresca y diluyente en mi nariz.

No dijimos absolutamente nada, solo estábamos ahí, tan cerca el uno del otro, mi brazo chocaba con el suyo separado por la fina tela de nuestras camisas y nuestras respiraciones se sincronizaban sin que nos diéramos cuenta. Sonreía, yo estaba sonriendo y podría jurar que el también lo estaba haciendo, porque eran cosas que se sentían, me lo transmitía sin necesidad de que lo mirase.

Tampoco yo lo esperaba.

Cuando me había encontrado al borde del colapso en uno de esos setecientos treinta días, mi único escape de la tortura, el sufrimiento y la soledad había sido inscribirme al coro común de la iglesia.

Cantar nunca había sido mi fuerte, ni siquiera lo había intentado y mucho menos se me había pasado por la mente el probarlo. Simplemente fue una decisión impulsiva que terminó salvando mi salud mental y física. Tenía un aspecto tan deplorable cuando me inscribí, que de seguro que pensaban que era un vago. Estando en los Estados Unidos había bajado casi diez kilogramos en los primeros dos meses, sin saber con exactitud si era por la escasa comida que me daban como castigo o porque yo ni siquiera tenía ánimos para comer. Dejé de preocuparme por mi aspecto físico, en Corea solía comprar mil y un productos para la piel, mil y dos de maquillaje y mil y tres para el cuidado del cuero cabelludo, y ni que decir de las toneladas de ropa que solía comprar para lucir bien, agradable, grato. Pero aquello había desaparecido.

Y el canto, la música era lo que me había ayudado a volver a encontrarme. Volví a encontrar al Jimin perdido que creía había dejado en Corea, y aún peor, antes de que Wang pisara mi hogar. Lo había creído tan lejano, tan perdido que temí nunca más volverlo a ver.

Y si, quizás dentro de todo lo que me dijo mi madre, eso fue cierto. "Vas a encontrarte ahí" ella dijo. "Vas a encontrarte a ti y a Dios." Y por lo menos una de sus dos frases fue cierta. Me encontré, y encontré quien era, quien soy y quien voy a seguir siendo por el resto de mi vida.

Lo sé, se lo que se están preguntando a esta altura. ¿Y aún te gustan los chicos? Pero eso es lo menos irrelevante ahora. Porque que me sigan o no gustando los chicos o que ahora me gusten las chicas, se vuelve irrelevante si nos centramos en el hecho de que sé quien soy, sé que quiero, sé cómo lo quiero y lo más importante, por qué lo quiero.

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