14. Insinuaciones

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Belle

Suspiro, me levanto de la cama, me visto y luego de ir al baño me peino mis largos cabellos pelirrojos. Salgo del cuarto del hotel, entonces visualizo a Vlad en el pasillo.

—Tan temprano despierta —acota el hombre rubio.

—Hoy hay entrenamiento —expreso fríamente.

—No creo que el joven Evan llegue puntual.

—Ni modo, no puedo dormir.

—Quizás si apagara el celular...

Alzo una ceja.

—¿Me estás espiando? Te recuerdo que no eres mi padre.

Se acerca hasta mí y me toma de los hombros como si nada.

—Yo solo me preocupo por ti.

Me alejo.

—No necesito que nadie se preocupe por mí.

—Es mi deber.

—Tu deber se está pasando de la línea —lo reprendo.

—Siento si hice algo imprudente o que la incómodo, solo quiero ayudarla y que esté bien.

Suspiro.

—Vale, debo estar un poco cansada, no creo que hayas cometido una falta. Bueno, ya me retiro —Sonrío.

—Cuídese.

Continúo mi camino hasta el gimnasio que alquilo la amiga de mi mamá, Freya. Al llegar, me detengo a esperar allí, sentándome en uno de esos bancos largos, en frente de una cancha cubierta.

¿Me estaré equivocando con Vlad?

Me pareció que se me insinuó, pero quizás sean imaginaciones mías, después de todo ha sido tan amable conmigo hasta de traerme hasta aquí a la Argentina, que estoy confundiendo las cosas.

Saco el celular y veo que José me ha enviado un meme, así que me río. Alzo la vista vista al visualizar llegar a Lucía, Evan y Freya.

—Vengo a ver como le pateas el trasero —declara la castaña y me río.

—¡Lucía! —se queja el morocho.

—Nadie va a patear a nadie —intercede Freya —. Al menos no, sin supervisión de un Lovelace adulto responsable —dice mientras mira la copia del testamento que tiene en su mano.

—Y el único Lovelace adulto en Argentina es... —expresa pensativo Evan y luego se frustra —oh no.

Se abre la puerta, llega el hombre con el mismo tono de ojos que él, el cual se pone los lentes de sol sobre su cabeza, para mostrar su color.

—Ya llegó, el mejor —exclama mi tío con su gran sonrisa característica —, o sea yo.

Ese ego no se lo quita nadie, ni siquiera la tía Crista o como él la llama, su diosa griega.

Herencia Lovelace (R#12)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora