26. Destrúyeme

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Lucía

Evan está triste porque al final nuestro plan hizo que Priscila y Tristán se fueran a un hotel.

¡Mejoramos su relación!

Eso es bueno para mí, pero verlo así, devastado, me parte el corazón.

—Quizás solo debería confesarme y así me sacaría esta presión que tengo en el pecho —Caminamos por la vereda mientras me cuenta sus emociones lleno de tristeza —. Al menos se lo diría y no me guardaría tantas cosas que quiero expresar, las cuales me están matando.

Eso debería hacer yo, pero no me atrevo.

—¿Quieres terminar la amistad? —le pregunto por lo que también tengo miedo de que nos pase si me declaro a él —¿Creés que no se hablarán más si se lo dices?

Ríe nervioso.

—Bueno, somos casi familia, eso sería imposible, pero sería incómodo y estresante.

—Concuerdo ¿Le dirás de todos modos?

—No sé —Se detiene y mira el hotel en el que se encuentran —. Seguro ya se han despertado y dándose cariñitos, se me revuelve el estómago de solo pensarlo.

Apoyo mi mano en su hombro y lo observo preocupada.

—No dormiste en toda la noche —Lo sé porque me mandó mensaje —y viniste a cerciorarte de que estaban —No pude detenerlo —. Estás mal Evan, debes parar.

—Pero estoy enamorado —expresa mirándome con esos ojos llorosos.

—Bueno... —Lo suelto retrocediendo —entonces ve, acaba con esto, enfréntalos de una vez —Señalo el edificio.

Evan asiente decidido y va para allá, así que lo sigo, estando nerviosa. Cave mi propia tumba, pero es mejor terminar con esto de una vez por todas. Si él puede, quizás yo también lo haga en un futuro.

Intentamos averiguar en qué habitación están, pero no nos proporcionan esa información. A Evan se le ocurre la estúpida idea de pagar un cuarto, para que al menos nos dejen pasar por los pasillos, sin sospechas de querer revisar las otras piezas.

—Imposible, no los encontrarás nunca —le aclaro tras él intentar oír en cada habitación —. No seas sinvergüenza —expreso nerviosa.

—Señores —dice el botones que pasa justo por ahí y nos señala un cuarto —, este es el suyo.

Terminamos dentro del dormitorio. Ay ¡¿Quién me manda a seguir las ideas de Evan?! Ah sí, yo ¡Estúpida!

El morocho se sienta en el borde de la cama con la mirada ida y suspira.

—Que pérdida de tiempo —opina.

—Bien, vámonos —ofrezco y me acerco a la puerta, toco la manija, entonces veo su mano sobre la mía —¿Evan? —Giro mi rostro y me encuentro con el suyo a centímetros.

Sus ojos verdes están cristalizados.

—No me dejes solo aquí.

—Por... por eso dije que vamos —Mi respiración baja y sube de los nervios que tengo. Estamos a solas en un cuarto de hotel ¡Malditas fantasías! —. Evan, creo que te afectó no dormir —Apoya su cabeza en mi hombro —¿Estuviste bebiendo? —digo indignada sintiendo el olor.

—No... bueno, solo un poquito.

—Eres idiota —expreso molesta.

—Perdón.

Cuando está vulnerable me parece tan tierno. Maldita sea, debo dejar de ser masoquista.

—¿Qué pasa? Ya vámonos —insisto.

Herencia Lovelace (R#12)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora