17- Losing My Religion

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La música suave y melódica del elevador le resultaba tranquilizadora, Helena tarareaba una canción de R.E.M. y movía la cabeza de arriba a abajo, pues ese tipo de música era su favorita. Y lo hacía con una gran sonrisa de oreja a oreja, su parte favorita del día había llegado: cuando salía de trabajar y volvía a casa, donde Leon la estaba esperando (la mayoría de las veces).

Desde que se enteró que estaba embarazada Leon hacía lo posible para salir antes de la agencia y llegar a casa con ella para comer, o salir a pasear como una pareja.
Siempre atento y caballeroso, la procuraba a ella y al bebé más que otros padres primerizos, aunque no lo pareciera por su perpetua expresión estoica.

Desvío la mirada a las bolsas de supermercado que llevaba, las cuales contenían pan integral, malvaviscos, pepinillos y mantequilla de maní, y un poco de yogur de frutas, por si se le antoja más tarde.
Los últimos días descubrió que, mientras a otras mujeres les daban ascos y mareos continuos, a ella solo le daban los antojos más raros y bizarros que se puedan imaginar, tanto que cuando se los decía a Leon éste la miraba con una ceja levantada, y luego se echaba a reír.

-Son los primeros meses y ya siento que estoy engordando más de lo que debo...

Miró su vientre y sonrió, ya estaba un poco más grande que antes. Lo acarició por encima de su chaleco.

-Pero todo sea por ti pequeño... Ya quiero tenerte entre mis brazos.

Dijo, ilusionada.
Salió del elevador, y caminó por su piso hasta llegar a su departamento.
Leon y ella ya habían hablado sobre mudarse juntos de una vez, formalizarlo y comenzar una vida en pareja, y nada le gustaría más que mudarse a su casa, ya que el departamento era algo pequeño para los dos, o mejor dicho, para los tres próximamente.

El tema de la mudanza había quedado arreglado, pero Helena no podía evitar darle vueltas a otros asuntos que no se hablaron, pero que hubiera deseado comentarlos...

Tal vez casarse, tal vez preguntar de una forma muy superficial si deseaba tener más hijos... Porque ella si.

Abrió la puerta de su hogar, y se llevó una grata sorpresa al verlo limpio y ordenado, sin ropa regada en los sillones ni muebles desacomodados, Helena no se caracterizaba por ser una persona muy ordenada, no siempre tenía el tiempo o la paciencia para limpiar su casa, su trabajo a veces llegaba a ser muy absorbente.

-¿Leon? Ya estoy aquí.

Entró en su pequeña cocina para dejar las compras, y ahí encontró, sentado sobre su pequeña mesa, a Leon durmiendo, con la cabeza recostada sobre la fría tabla de madera.
Helena dejó a un lado las bolsas sin hacer ruido, y abrazó a Leon por la espalda, para despertarlo con un beso en la mejilla.

-Buenos días agente Kennedy.

Leon abrió los ojos lentamente, y suspiró de forma cansada.

-Parece que alguien no durmió bien anoche.
-Lo lamento... Se supone que haría la comida, pero parece que el sueño me ganó.
-Descuida, yo me haré cargo.

Se apartó, y comenzó a sacar ingredientes del refrigerador.

-Oh no, yo hago la comida, no voy a dejar que cocines con esos antojos de ultratumba que te dan últimamente.

Helena soltó una carcajada.

-No creo que sean tan extraños.
-¿No? Imagínate estar dormida en mitad de la noche, cuando de pronto escuchas una voz en tu oído que te dice "Leon, tráeme pepinillos con chocolate y crema batida". Eso da más miedo que entrar al castillo de los Salazar. Incluso pensé que me estaba volviendo loco...

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