Capítulo 35 (Parte 1)

780 93 13
                                    


Eres igual a ella, pero tus ojos son míos.


Recuerdo sus palabras y las letras que, supongo, recortó Luke... o quien sea que haya sido. Todavía sigo sin entender que tiene que ver él en todo esto, mucho menos ahora que no puedo pensar con claridad.

Me levanto luego de unos largos segundos sumida en un letargo alarmante, intentando asimilar la información. Comienzo a caminar de manera autómata hasta el armario donde yace la fotografía de esa mujer... de... ¿mamá?... Mi progenitora.

Una vez la tengo en mis manos ya no me queda duda alguna de nuestro enorme parecido, de las pruebas, de la historia, de las amenazas que recibía Jacobo, de su obsesión por protegerme de él... de un narcotraficante ex convicto que buscaba venganza... y a su hija. Mi cuerpo vuelve a estremecerse, pero ya no me quedan lágrimas por brotar.

Estoy sumida en una especie de hemiplejia; me siento envuelta en una historia de humor negro, un chiste de mal gusto. Son tantas cosas sucediendo, una tras otra, que ya no me quedan fuerzas para pelear, para exigir explicaciones o para desgarrarme en llanto y gritos por sentirme traicionada... Por sentir que estoy viviendo una vida que no merezco, no me pertenece.

Todo es mentira. Soy una mentira.

¿Por qué ocultarlo, por qué hasta ahora?

Me siento vilmente engañada, siento que toda mi existencia es un engaño sin valor alguno. Todos mis mayores miedos se han hecho realidad; pues, al final, lo poco que quedaba intacto de mi perfecto castillo se ha derrumbado, se ha desplomado por completo y las cenizas se han esparcido para nunca más volver a reconstruirse.

No soy nadie. No soy Julieth Reynolds... Entonces, ¿quién soy? ¿qué me define?

Soy hija de una drogadicta suicida y un narcotraficante ex convicto.

Mi cerebro está imposibilitado para asimilar algo más en este momento.

No soy consciente del momento en el que mis pies se mueven por si solos y comienzan avanzar, mientras presiono con fuerza la fotografía en mi mano hasta que la siento doler y temblar, aun así, la empuño con más violencia.

Desciendo uno a uno los escalones en espiral. A la mitad, mis ojos se encuentran con los de Owen que comenzaba a subirlos —tal vez en mi búsqueda—, se detiene al verme. No logro que mi rostro demuestre alguna emoción, pareciera que mi mente se ha desconectado de todas las funciones del cuerpo. Sin embargo, eso lo alerta, se da cuenta que algo no anda bien. Su expresión se transforma en preocupación pura y corta la distancia.

—¿Qué sucede, bonita? ¿Qué tienes?

Toma mi rostro con ambas manos para obligarme alzar la mirada. Ese par de iris multicolor que tanta paz me han trasmitido, esta vez no funcionan. La proporción del caos en mi interior es abismal.

Me aparto de su toque y niego, ahora no quiero hablar con alguien que no vaya a darme respuestas. Sin embargo, le miento en un susurro:

—Nada, no sucede nada.

Lo rodeo y continúo descendiendo.

Intenta detenerme; pero, antes que pueda volver a tocarme, algo en mi mirada lo detiene y deja caer su brazo. Percibo como sus hombros se hunden y se queda unos centímetros tras de mí, con cautela, como si estuviera preparado para sostenerme en cualquier momento sin ser un impedimento para llegar a mi objetivo.

Ni siquiera sé cuál es mi objetivo, mis pensamientos no son claros y mi cuerpo está actuando sin mi autorización. No me siento yo. No estoy bien.

Nunca más un cuento de hadas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora