Mis ojos se cerraban por el sueño, ese día me había despertado mucho antes de lo normal para poder llegar antes a la escuela y estudiar junto a Mariana y Martín para el examen de química y aun así, durante las dos horas que tuvimos disponibles, nos dedicamos casi por completo a platicar de tonterías y hacer chistes sobre la profesora. El resultado fue que responder ni siquiera fui capaz de terminar de contestar el examen y con algo de suerte alcanzaría un 5, sinceramente, ¿a quién le importa la tabla periódica?
Había decidido dejar de darle importancia a esas cosas y me concentré en disfrutar de la música en mis audífonos mientras el autobús me llevaba a mi casa. La ruta que tomé ese día no era la misma de siempre, era una que me dejaba un par de cuadras más lejos de lo usual, pero ya que estaba muriendo de sueño, quería llegar a mi casa lo antes posible sin importarme que tuviera que caminar un poco.
Los asientos eran incómodos y la conducción del chofer dejaba mucho que desear, pero nada de eso fue impedimento para que mis ojos se cerraran por momentos y mi cabeza se golpeara un par de veces contra la ventana.
Creo que estaba sonando una canción de Taylor Swift cuando un hombre subió al autobús. No le di mucha importancia ya que, así como él, muchas otras personas habían subido antes. Pero en lugar de buscar un asiento, el hombre comenzó a hablar a todos los pasajeros. Creí que se trataba de un vendedor ambulante, de esos que abundan en México y que tienen una actitud insistente hasta el punto en el que prefieres comprar sus chocolates absurdamente caros con tal de que se callen. Subí el volumen de la música y me recargué en la ventana intentando no pensar en ese hombre, pero todo cambió cuando ese sujeto sacó una pistola de su cinturón y empezó a caminar por el pasillo con su mochila abierta para exigir que le entregáramos lo que tuviéramos con nosotros. "Teléfono y cartera", eso era lo único que ese tipo decía mientras apuntaba su arma hacia cada uno de nosotros.
Sentí impotencia y frustración, pero no miedo. El miedo hace mucho que había desaparecido de mí. Cuando vives en un país como este, en un estado que tiene más homicidios que países enteros, terminas por acostumbrarte a esta clase de escenas. Mi celular era uno barato y simple, tanto, que el asaltante hizo un gesto de desagrado cuando se lo entregué. Me sentí humillada, "si tanto te molesta, puedes dejármelo", pensé, pero no me atreví a decir. Mi cartera tenía solo veinte pesos, y antes de entregarla ya había sacado mi tarjeta de identificación de la preparatoria, sin ella no podría entrar mañana a clases después de todo.
El asaltante siguió caminando y yo pensé en quedarme dormida. No había nada más que pudiera hacer llegados a ese punto, todavía faltaban alrededor de veinte minutos para llegar a mi destino. Pero así como la mayoría de nosotros sabe cómo actuar en estas situaciones, nunca falta alguna persona demasiado valiente o demasiado estúpida que quiera proteger su teléfono o su dinero sin darse cuenta de que los asaltantes de hoy en día no tienen miedo a disparar.
Volteé hacia la parte trasera del autobús cuando escuché el grito de ese chico. Moreno, de no más de veinte años, con uniforme escolar y un tatuaje en el brazo con el diseño de un ancla, ¿acaso se creía marinero? Estaba sujetando al asaltante y forcejeando con él por el control del arma. Todos los pasajeros nos escondimos en los asientos sabiendo que estábamos en más peligro ahora que cuando el asaltante nos apuntó con su pistola.
Por mi mente las únicas cosas que pasaban eran insultos, insultos para el asaltante, para el idiota que se hizo el valiente, para el estado tan violento en el que vivo y para este país que no le da importancia a la inseguridad de su gente. Cerré mis ojos y esperé a que todo terminara. En el mejor de los casos nada hubiera ocurrido y el asaltante simplemente bajaría del autobús; en el peor, su arma se dispararía.
<¡BANG!>
Escuché un disparo y solo recuerdo haber pensado "a mí no, a mí no" y después, una ola de dolor en mi pecho. Miré hacia abajo y vi mi uniforme blanco comenzando a mancharse de rojo. La mancha de sangre creció y llegó a mi pantalón mientras yo perdía mis fuerzas y caía sobre el incómodo asiento de plástico.
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Morí y ahora vivo en mi libro favorito
FantasyDiana es una chica de 16 años que se vio envuelta en un trágico incidente, cuando despierta se da cuenta de que ya no está en México, sino en un bosque. Ahora tendrá que usar todo lo que sabe sobre los mundos de fantasía para tratar de volver a casa...