11. Identificación.

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Toda mi vida había odiado los trámites  administrativos, las enormes filas, la mala actitud de las personas detrás de la ventanilla y el tener que tramitar un documento para poder tramitar otro. Todavía recordaba con desprecio los meses de burocracia que tuvimos que enfrentar en mi familia para poder abrir la fonda y esos recuerdos volvieron a mí cuando me dijeron que tenía que tramitar una identificación para entrar a la aldea Mila. Todo porque la mía se quedó en mi cartera cuando me asaltaron hacía ya un par de semanas.

El edificio de administración al que nos envió el guardia en la entrada era un edificio de dos pisos construido con roca y madera, parecía ser bastante sólido pero emanaba un aire rústico difícil de ignorar. Ese era el lugar donde se tramitaban los permisos, pero estaba empura de que ese edificio mismo no cumplía con las regulaciones de seguridad, nuevamente debía ser un caso de corrupción institucional.

Al entrar en el edificio nos encontramos con alrededor de veinte personas en filas frente a las ventanillas de atención. No pude evitar poner una mala cara al darme cuenta de que tendría que tomar un turno y esperar por quién-sabe-cuánto tiempo para poder pedir ayuda para volver a casa, pero al fin estaba con más gente, solo debía ser paciente y podría pedir ayuda.

Apenas entramos se acercó a nosotros una chica delgada, de cabello rubio y ojos azules, vestía una blusa de lino blanca y una falda roja con botones amarillos en los costados. Era linda, la clase de mujer que te hace mirarla en la calle inconscientemente. Sin presentarse, la joven en sus veintes nos preguntó qué asuntos teníamos y, después de explicarle la situación, nos llevó hasta un escritorio en el que otra mujer acomodaba varias pilas de papeles. A diferencia de la recepcionista, esa mujer parecía tener alrededor de cuarenta años, tenía una expresión seria y no parecía estar de buen humor, era tal como recordaba a las personas dedicadas a los trámites administrativos, excepto por su ropa, la cual también era sencilla.

Cuando nos acercamos, ella siguió acomodando los papeles por un momento, parecía estar buscando una hoja en específico y, una vez la encontró, una gran sonrisa apareció en su rostro.

- Creí que había perdido una orden de arresto -dijo con tono burlón- ¿se imaginan? Seguramente me habrían despedido. En fin, ¿qué puedo hacer por ustedes hoy?

No sabía por qué tendría que manejar órdenes de arresto alguien en un edificio de administración pública, pero dejé de cuestionarme esa clase de cosas, había asuntos más importantes por atender.

- Necesitamos tramitar una identificación -Orwell respondió- la asaltaron y perdió la suya hace algunos días.

- Tramitar una identificación tiene un costo de una moneda de plata -respondió Érika-, ¿estás bien con eso?

- Lo siento -respondí-, no tengo nada de dinero.

- No es problema -interrumpió Orwell- yo me encargo.

Sin que yo lo pidiera, Orwell sacó una moneda plateada de su bolsillo y se la entregó a Érika. Después de recibirla, ella asintió y sacó de debajo del escritorio una especie de esfera de cristal como las que usaban los adivinos para ver el futuro, me miró y asintió con una sonrisa.

- Por favor ponga sus manos en el orbe.

Tal vez la confusión se notó en mi rostro porque Érika repitió la indicación con la misma sonrisa de antes, ¿era una broma? Orwell me miraba expectante y yo no quería impacientarlos así que obedecí. Quería pedir ayuda para volver a casa, pero no podía cambiar el tema bruscamente, los empleados de escritorio son despiadados. Obedecí y puse mis manos la esfera de cristal que inmediatamente comenzó a brillar, su interior lucía como una lámpara de plasma, con pequeños rayos de colores alcanzando la punta de mis dedos. Hacía cosquillas así que intenté retirar las manos, pero era como si estuvieran pegadas a la esfera. Miré a Orwell un poco preocupada, pero él mantenía la calma, como si lo que estaba ocurriendo fuera lo más natural. Érika también estaba tranquila, incluso podría decir que estaba aburrida, como si hacer eso fuera cosa de todos los días para ella.

Morí y ahora vivo en mi libro favoritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora